jueves, 2 de agosto de 2012

La tragedia del azar


En negro el diecisiete pensaba Echeverría desde que se había levantado a la mañana bien temprano. Era más que un pálpito, era el convencimiento de poder controlar el azar, al menos en el inmediato futuro que estuviera girando una bola en la rueda.
Buscó bien la mesa. No le gustaba que estuviera llena de gente. Con tres era suficiente. Dio una vuelta. Miraba bien. En la catorce había cuatro y uno se preparó a dejarla. Otro buen pálpito. Tres, como a él le gustaba.
Miró la cara del crupier, indiferente de ojos honestos. Una señora, con un pañuelo rojo que le sujetaba el pelo y un puñado de fichas en la mano, era la más animada. Se estiraba para ubicar las fichas, algunas las arrojaba. Los otros dos jugadores ponían fichas pero, no eran como ellos, se notaba, sólo mataban el tiempo.
La suerte le hizo un guiño inicial. Dos chances, primero rojo y después negro. ¿Me voy?, se preguntó. Se alegró y volvió a recordar: negro el diecisiete. Se imaginó cubriendo el paño de fichas con una jugada que le proporcionaría buenas probabilidades. Jugaría un pleno al diecisiete negro, segunda docena, negro, impar, segunda columna y mayor.
Se arrepintió pensó que convendría seguir con cautela. Puso una ficha al negro. No va más, gritó el crupier. Un hombre se acercó y se puso a mirar por detrás de su hombro. La bola dio unas vueltas, picó en el negro diecisiete y se clavó en el colorado treinta y seis. El crupier confirmó la mala noticia. Echeverría se dio la vuelta y miró con desagrado al hombre de atrás, quien, al percibir el fastidio, no quiso problemas y se fue. Tiene mala vibra, pensó Echeverría. 
Primero rezó, luego prometió que no tomaría vino por toda la semana. Eligió la jugada, volvería a ser cauto. Puso una ficha en la segunda columna, esta vez sí. Ganaría de a dos fichas. Pensó en positivo. La mujer de enfrente colocó una ficha junto a la suya. Se miraron con complicidad. No va más, se escuchó la voz del crupier. Se acordó de levantar el pie izquierdo. Miró la bola, había sido arrojada antes de que pudiera subir el pie. Mala señal, mala señal. Efectivamente, colorado treinta y cuatro.
La mujer miró al crupier con desconfianza, Echeverría lo advirtió e imitó el gesto de entrecerrar los ojos. Se miraron con la mujer, sonrieron cómplices por la ocurrencia. Habían generado la camaradería infantil de entenderse con la mirada.
Abran sus apuestas, gritó el crupier y a penas movía la boca al hablar.
Jugó rápido, tenía que hacer una buena jugada. Negro el diecisiete, se concentró. Completó segunda docena, negro, segunda columna, impar y mayor. Puso en el diecisiete, jugó a los cuartos y a la hilera. Le quedaba una ficha más y dudaba entre guardarla y jugarla. El pálpito era demasiado fuerte. Pensó en el refrán: cuando el río suena el agua corre (después de todo había soñado con el diecisiete). Al azar no le gustaban los indecisos. Buena vibra. Pensar en positivo. Levantó el pie izquierdo y se cercioró de que no estuviera el mirón detrás suyo ¿En dónde pongo la última, la más importante?, se preguntó. El crupier arrojó la bola que comenzó a dar vueltas. Ya sé, la pongo en… No va más, interrumpió el crupier impidiendo que pudiera poner.
La sangre se le heló. ¿El azar castigará a la inseguridad? Pensar en positivo, buena vibra, repetía Echeverría. La bola picó en el colorado treinta y seis. La rueda siguió girando. La bola picó dos veces más y se clavó en el colorado veintiocho.
Perdí. Fue mi culpa. Mi culpa por no haber jugado esta ficha. ¿Por qué no lo hice? ¿Por qué?, se cuestionaba.
La mujer de enfrente festejó. Él la miró e hizo un gesto de felicitación inclinando la cabeza. Ella lo señaló: aviso de que ahora sería su turno de ganar. El gesto le devolvió el ánimo. Todo esto sería una gran obra predestinada: una película ya filmada con final feliz.
Tomó la ficha, la movió entre los dedos y los nudillos, y la colocó en el negro diecisiete. Se cerraron las apuestas. Pensó en el diecisiete, lo dibujó en la mente. La bola rebotó varias veces y se clavó en el cero.
−¡Ah! −gritó y no dejaba de hacerlo. Un guardia corrió para frenarlo antes de que se pudiera lanzar contra el crupier. −¡Hizo trampa! −repitió y una lágrima desesperada corrió por la mejilla−. ¿Ahora qué hago?

                      Martín Teglia




1 comentario:

  1. Ahora, tranquilo, tomo un mate y brindo homenaje al célebre Last Reason y sus relatos del mundo hípico, a su humor agudo del que logra inductivamente trasgredir el puntapié inicial de lo observado, del que con una anécdota pequeña reflexiona sobre las profundas costumbres naturalizadas, del que con poco mucho hace, del que transforma la rutina en tragedia, un hecho fáctico en una curiosa anécdota.

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