Aunque leo mejor hablar
Con chamullo prendo vela
Y al gato que se la crea
Voy limpiando maquinaria
En semáforo que cambia
Libre cuando Dios lo ceda
Y oiga ¡ya! usted amigo…
7(“3@#¬!!!!!... ¡Basta de literatura
burguesa!
El perverso de Sarmiento lo dijo con
una sutileza que asusta. Usted lector de Nómades, repase con atención el
señuelo del Facundo, no es solo una simple crítica al caudillismo. Le cuento un
secreto, en sus líneas, hay un segundo mensaje. Ahí, justo cuando brinda las bases
para organizar el país del progreso, cuando le otorga un lugar definido a cada
clase, ahí anuncia la muerte política-económica y social del gaucho. El gaucho se
transforma en guacho y siendo un paria sin ancestros debe morir como la clase social
que nunca fueron. Su condena esta en la sangre: sin historia ni tradición, vago
por naturaleza y enemistado con el progreso, su linaje es conveniente
eliminarlo, regar la
Patagonia con sangre gaucha, dira el padre de la patria, pero
esta frase no puede fue escrita, no se puede escribir, se deduce del Facundo. El
gaucho es bueno para la literatura, actividad exclusiva de la imaginación de las
clases ilustradas, ahora sí nace desde un cerebro maquiavélico la literatura
gauchesca. Unos años más tarde, y como toda cultura hegemónica nunca es
absoluta, se filtra lo popular una apropiación del género: nace Juan Moreira y
el Circo Criollo de los Hermanos Podestá les da vida primero con la pantomima y
luego con adaptaciones teatrales donde la ficción y la realidad nunca estuvieron
del todo claras, hasta no faltó ocasión para que algún gaucho tardío defienda
al héroe criollo de la bayoneta traicionera.
Hoy, casi un siglo después, la calle brinda el
escenario para los herederos errantes de aquella clase paria a la que la clase
dominante le había anunciado su muerte social. Pero no pudieron y se elaboró
otra estrategia. Excluidos no, marginados. Eliminados no, incorporados en el
negocio de la pobreza.
La vereda ofrece las butacas para
que el público escuche las cuerdas vocales como un megáfono vivo. La apariencia
muere cuando se trata de subsistencia. Cae la cultura de la apariencia, de la
fugacidad y la trivialidad de las carteleras oficiales de la Avenida Corrientes.
Y lo grotesco se vuelve irrespetuoso, en una dialéctica donde la realidad y la
ficción se fusionan con un acento burlón a la cultura culta. Se rehúye
espontáneamente al teatro decorativo, se cae la mampostería, muere el arte por
el arte. Nace el arte de la necesidad, materia prima para una poesía auténtica,
escapando de la ociosidad burguesa que se entretiene con actividades elevadas, nace
allá abajo con microbios como esencia donde la vida misma está en juego,
¡vamos!, desnudos, y como diría Grotowsky “Hacia un teatro pobre”, pero esta
vez que sea bien pobre para que metamorfosearse en bien rico de vida actoral. Y
el que se encontraba encubierto por la pluma ilustrada, es escuchado hoy desde
la calle y a través de Nómades.
Agustín
Teglia
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