jueves, 2 de agosto de 2012

Culpa no


¿Qué entendemos cuando hablamos de moral?

            ¿Qué sentimos cuando el entrevistado desaparece? Vacío, ¿por qué se fue el italiano si habíamos arreglado? Silencio sugerente.
            Una pequeña decepción, nos alejamos del resultado deseado. Necesidades propias, del programa, tonterías. El tiempo de cada persona es único y hay que respetarlo. El espacio Nómades es sui generis y se consolida, solo hay que ocuparlo con subjetividades decididas, en el tiempo preciso, en compromiso deseado.
            Aparece Daniel, hay uno merodeando, seguro que se engancha. Al rato aparece con Delvequio. Sí claro, no hay problema. Se sienta tranquilo, más sereno que el resto. Doma a su alrededor. Busca los ojos, controla la situación, no hay problema, me siento acá. Las gafas devienen oscuras y ocultan levemente la mirada profunda de aquel que vivió más de sesenta años, a la vez que alumbra misterios y personalidad.
            Cae uno, caen dos, ¿Quién tiene la responsabilidad según José Ingenieros?, el que la hace la paga. Dice Ingenieros que la simulación de la locura es un problema para el sistema judicial, porque todos los delincuentes zafan de su responsabilidad penal. La conciencia es inalcanzable, hay que castigar y reprimir los actos. Sentencia firme. Y en el arranque Delvequio actualiza el síndrome de Estocolmo, pero sin cariño, sin un abrazo, solo estrechando la mano con la ley. Se acomoda.
            Y si cuando se habla de culpa la sociedad cristiana se encoje de hombros y se permite, con un dedo en la nariz, reincidir temerosamente, con pequeños actos que lavan los pecados en confesión. Hoy la culpa cristiana metamorfosea, bajando el crucifijo del aula escolar para colgar el cuadro del prócer, ahí donde se transfiere y petrifica la momificada moral.
            ¿Se imaginan un mundo sin culpa, con conciencia y responsabilidad? Ahí donde nadie pida perdón y todos se hagan cargo de sus acciones. Sacándonos la careta y suspendiendo la moralidad cristiana que inyecta microdispositivos en la conciencia, dosificadores de rebeldía. Grita la voz de un Foucault despojado de sus best seller ¡basta del control mental!, pero estamos jodidos, el control se ha internalizado. Autocontrol sostenido con culpa.
            ¿Se imaginan una sociedad libre donde cada uno diga: “yo lo quise así y me hago cargo”?
            Hoy el confesionario se cambió por el divan. La ley divina pasa a segundo plano, ya no intimida como el psicoanalisis. Estamos lejos de ser libres y honestos de convicciones. El caretaje se ha internalizado. La ley social secuencia organización reproductiva del sistema social. La ley del otro mundo permanecerá como hipótesis, como la dulce incógnita de la espera.
            Quien mata sin culpa y responde a su mandato destruye la simulación estudiada por Ingenieros. ¿Queda fuera de la ley?, más bien muy adentro de ella. Delvequio sabe de responsabilidad legal y no se arrepiente, el héroe busca su fatalidad.
            Y Delvequio lucha contra su destino como héroe romántico, y en el transcurrir de la entrevista, viaja en una epopeya callejera, se enriquece de sabiduría y se escuda a favor del diálogo, ahora donde terminarán sus días en un mensaje de paz. Pero su destino es más fuerte y se convierte en un héroe posmoderno, cuya contradicción sin culpa explota en cada segundo de grabación. Ahora nuestra tarea es solo captar el espíritu del discurso.
            Somos puro presente resignificando el pasado cargando de contenido el futuro. Pasado y futuro se desvanecen en el ahora. Sin culpa y sin preconceptos, la búsqueda de la identidad del entrevistador se mezcla en la vorágine de preguntas abiertas que no conduzcan, ¿cómo preguntar? Cuando hay un interés, un morbo, una curiosidad desubicada, cómo no ser invasivo, cómo controlar la personalidad y asumir el rol, cómo limpiar lo inconducente que se encuentra oculto en cada entrevistador, cómo descartar los discursos moralizadores y educadores… preguntas abiertas y cuanto menos definidas mejor.
                       
                                                                           Agustín Teglia






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