No
sé si es buena o mala noticia o si a esta altura del partido decir que la
muerte esta en cada esquina sea una novedad. La realidad es que la muerte como construcción
social al igual que el tiempo se encuentran en cada rincón de nuestras acciones,
aceptar o negar dependerá de cada uno.
En
las entrevistas que realizamos en el Monteagudo, el tema de la muerte estuvo
presente en la mayoría de ellas. A veces de manera dramática otras de manera implícita
casi agazapada y en otros casos tomada con un humor negro. Pero siempre presente,
en forma de suicidio, de sobredosis, de enfermedad… Siempre presente como avisando
“mírame estoy acá”. Compañeros o familiares que se les han ido y dieron un empujón
a la situación que atravesaron y atraviesan. Muchos les dan la pelea que merecen
y otros se acobachan en la trinchera de los excesos, se dejan llevar por vicios
indefectibles.
La
muerte tiene el excelente y efectivo poder de desequilibrar la contemplación de
aquel o aquella que estuvo años frente a tus ojos, transforma el contenido en vacío
extremo y perpetuo, y en muchos casos es inevitable el retroceso y nunca el
duelo y la ficha terminan de caer. En el caso de los entrevistados esto se ve
de manera patente. Se percibe el cementerio flotar de manera constante en las entrevistas.
A veces la intensidad se baja con lágrimas, otras con silencios y en algunos
casos con negación.
Lo
emotivo es saber que el dolor es compartido por todos de distinta manera, pero
compartido. Son momentos de silencio dentro de la entrevista, momentos de
reflexión personal. Son logros tristes que uno tiene como entrevistador, pero
sirven como válvula de escape para ellos y para nosotros. En el momento somos
habitantes pasajeros de una historia de dolor, pero una vez que guardamos las
cosas, limpiamos la entrevista, nos sentamos a escribir con un Malbec de
compañía, nos damos cuenta que tienen un valor terrible en la procesión de
crecer.
Bengala
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