Ahí va el Dani
Yako corriendo a su exposición de fotos en el Centro Cultural Borges (leer nota en la revista Ñ, hacé click aquí).
Mira el reloj y se le hace tarde. Toma un taxi, las fotos de la gente de la
calle no pueden esperar.
Siente culpa porque sabiendo que hay
seres humanos sufriendo, él no hace más que inmortalizarlos en una imagen, en
una foto sacada con un buen zoom a diez, veinte metros de distancia,
aprendiendo a mimetizarse con la indeferencia del que camina rápido. Pero no es
todo fácil, Yaco tuvo dilemas morales. Les niega el rostro, nunca los trata, y
ni que hablar de invitarlos a una muestra en Recoleta que les pertenece en su
anonimato, forzados a mezclarse entre los amantes del buen arte a cualquier
precio.
Se acuesta en la cama. Un imperativo
kantiano le da con un látigo, su dulce sueño no puede conciliarse. Sabe que hace
mal, y el sueño desparece. Comienza a ponerse nervioso porque al otro día su
jornada se inicia temprano, no le gusta andar soñoliento. Se justifica pero
igual le da culpa, ¿pero cómo?, ¿tratar con ellos?, ¿y si me hacen daño?, si
ellos saben de las fotos, estas van a quedar artificiales, miran al frente y
eso no me gusta en mis fotos, hasta por ahí sonríen, no, qué van a sonreír si
viven en la miseria, algún día les voy a hablar, no mejor que los trate la
iglesia. Encima para tratarlos habría que despertarlos, ¿y si están ocupados y los
molesto?, ¿y si se tienen que levantar temprano como yo?, a mi no me gustaría,
suerte que nadie me viene a despertar en mi departamento, ahí siento como
ellos, no me gusta que violen mi privacidad. Yako comienza a sentir el pestañeo
pesado y concilia el sueño. Mañana será otro día de muchas fotos. Logra el
consenso moral desoyendo su conciencia…
Y sigue con su obra artística y no
les advierte de la foto. Los deja tirados, no pide autorización. Saca otra foto
donde la bolsa se levanta, se descubre una oreja acompañada con un ojo y una
nariz, ¡mierda esta no sirve, salió parte de la cara!, el porcentaje del rostro
descubierto es muy alto, hay que borrar esta foto y encima esta cámara no es
como las digitales, con rollo sale más caro. Pero continúa sacando a la antigua
porque el arte exige el espíritu de lo artesanal. El arte es lindo, es bello y
por sobre todo tiene una realidad sui generis, un plus que hace más dulce la
vida. Luego otro disparo y la bolsa sale completa, esta es hermosa porque solo
se le ve un pie y la consigna es que se vean partes del cuerpo como si la
sociedad los descuartizara y quede reflejado que no los trata como personas.
Esto se tiene que ver, hay mucho en este juego estético y en esta realidad de
porquería, no la pasan bien y yo lo voy a mostrar…
Yako!!!, como si necesitáramos verlo
a través de tu cámara, Yako!!!, parece que sí porque se muestra comprometido. Y
el artista supera la contradicción y cuando comenta sus fotos se le cae la baba
“Acá uno envuelto en aluminio, “La guerra de las Galaxias”. Acá contra una
pared del Museo de Bellas Artes”. Acá “El hombre alfombra”, que “me encanta, me
mata”. Y Yako supera el dilema sonriendo y en su sueño se abraza con Kant y el
sujeto universal lo aplaude desde una butaca, hay que mostrar a la humanidad
para que se sepa, ¡que se sepa todo!
Alimenta el vouyerismo para que se
reproduzca la paja intelectual de los consumidores de arte que se sienten mejor
y peor cuando se les muestra una sombra de fotógrafo en un colchón despeluchado y de lejos un perrito con las
costillas a flor de piel, pobrecito, también tiene hambre.
El Rufián de Pompeya
No hay comentarios:
Publicar un comentario