jueves, 26 de julio de 2012

El Yaco y su muestra-muestra de fotografía “La calle”


            Ahí va el Dani Yako corriendo a su exposición de fotos en el Centro Cultural Borges (leer nota en la revista Ñ, hacé click aquí). Mira el reloj y se le hace tarde. Toma un taxi, las fotos de la gente de la calle no pueden esperar.
            Siente culpa porque sabiendo que hay seres humanos sufriendo, él no hace más que inmortalizarlos en una imagen, en una foto sacada con un buen zoom a diez, veinte metros de distancia, aprendiendo a mimetizarse con la indeferencia del que camina rápido. Pero no es todo fácil, Yaco tuvo dilemas morales. Les niega el rostro, nunca los trata, y ni que hablar de invitarlos a una muestra en Recoleta que les pertenece en su anonimato, forzados a mezclarse entre los amantes del buen arte a cualquier precio.
            Se acuesta en la cama. Un imperativo kantiano le da con un látigo, su dulce sueño no puede conciliarse. Sabe que hace mal, y el sueño desparece. Comienza a ponerse nervioso porque al otro día su jornada se inicia temprano, no le gusta andar soñoliento. Se justifica pero igual le da culpa, ¿pero cómo?, ¿tratar con ellos?, ¿y si me hacen daño?, si ellos saben de las fotos, estas van a quedar artificiales, miran al frente y eso no me gusta en mis fotos, hasta por ahí sonríen, no, qué van a sonreír si viven en la miseria, algún día les voy a hablar, no mejor que los trate la iglesia. Encima para tratarlos habría que despertarlos, ¿y si están ocupados y los molesto?, ¿y si se tienen que levantar temprano como yo?, a mi no me gustaría, suerte que nadie me viene a despertar en mi departamento, ahí siento como ellos, no me gusta que violen mi privacidad. Yako comienza a sentir el pestañeo pesado y concilia el sueño. Mañana será otro día de muchas fotos. Logra el consenso moral desoyendo su conciencia…
            Y sigue con su obra artística y no les advierte de la foto. Los deja tirados, no pide autorización. Saca otra foto donde la bolsa se levanta, se descubre una oreja acompañada con un ojo y una nariz, ¡mierda esta no sirve, salió parte de la cara!, el porcentaje del rostro descubierto es muy alto, hay que borrar esta foto y encima esta cámara no es como las digitales, con rollo sale más caro. Pero continúa sacando a la antigua porque el arte exige el espíritu de lo artesanal. El arte es lindo, es bello y por sobre todo tiene una realidad sui generis, un plus que hace más dulce la vida. Luego otro disparo y la bolsa sale completa, esta es hermosa porque solo se le ve un pie y la consigna es que se vean partes del cuerpo como si la sociedad los descuartizara y quede reflejado que no los trata como personas. Esto se tiene que ver, hay mucho en este juego estético y en esta realidad de porquería, no la pasan bien y yo lo voy a mostrar…
            Yako!!!, como si necesitáramos verlo a través de tu cámara, Yako!!!, parece que sí porque se muestra comprometido. Y el artista supera la contradicción y cuando comenta sus fotos se le cae la baba “Acá uno envuelto en aluminio, “La guerra de las Galaxias”. Acá contra una pared del Museo de Bellas Artes”. Acá “El hombre alfombra”, que “me encanta, me mata”. Y Yako supera el dilema sonriendo y en su sueño se abraza con Kant y el sujeto universal lo aplaude desde una butaca, hay que mostrar a la humanidad para que se sepa, ¡que se sepa todo!
            Alimenta el vouyerismo para que se reproduzca la paja intelectual de los consumidores de arte que se sienten mejor y peor cuando se les muestra una sombra de fotógrafo en un colchón  despeluchado y de lejos un perrito con las costillas a flor de piel, pobrecito, también tiene hambre.

                                                     El Rufián de Pompeya


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