viernes, 20 de julio de 2012

Decirlo es traicionarlo


                              “La mejor manera de destruir la salud pública es hacerla funcionar mal”
                          (dijo un flaco en la guardia del Hospital Borda)

            ¿Hay que asistir a las personas que lo necesitan? Sí. ¿Por qué?. ¡Porque sí!. Bueno tranquilo, está bien te explico: ni el más malo de los liberales del siglo XIX defendería la tesis de que no hay que ayudar en absoluto a las personas. Si bien recomendaría, en primer lugar, defender la libertad del individuo. Podemos sospechar que los hombres de carne y hueso les despertarían otros sentimientos, porque todos ya sabemos que el individuo es una cosa abstracta inventada en algún escritorio creativo construido con madera africana. Individuo-persona. Persona-individuo. Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa, dijo el filósofo Panigazzi. Un liberal diría que cada individuo es libre de buscar su destino, pero para empezar por algún lado, la persona tiene un cuerpo que siente, que toca, que olfatea, que ve y por sobre todo que mira. Y si no es posible experimentar la vivencia del otro, es posible generar una empatía a través de la mirada, esos ojos que ejercen dolor, la oscuridad de la miseria, la tortura del estar conviviendo con la injusticia de encontrarse en situación de calle. Y si para un intelectual liberal decimonónico la justicia era defender al individuo libre frente al estado absolutista, para un tardío peronista y sudaca del tercer milenio, justicia es generar condiciones dignas para la mayoría. Y la libertad liberal: libertad para morirse de hambre.
            Pero ¿qué tiene que ver todo esto conmigo?, ¡Esperá! Hablemos de Justicia Social. Y otra vez con las abstracciones, qué me parió. Y entre la fe cristiana, que también pide igualdad y las reacciones de ese egoísmo liberal, nace una nueva y alocada fe como tercera posición para resolver la eterna dicotomía filosófica entre igualdad y libertad. Los franceses no pudieron ni pensarla porque luego de que invadieron el mundo, desde sus colonias se llenó la metrópolis de muchos árabes, latinos y negros. Macri tampoco puede porque la Paris sudamericana esta invadida, asediada por extraterrestres del conurbano e usurpadores del interior y de países limítrofes que no saben cuál es la capital del Reino Unido ¡Qué barbaridad! Escuche decirle a una viejita litarizada, estirada al mejor estilo Mirtha Legrand de Tinayre. Pero hay que decirlo, es este espíritu neoliberal el que aprendió muchísimo del populismo y que ya no es tan ingenuo como el de Stuart Mill y su pandilla y todos aquellos, que aunque sea creían en algo más que en la codicia y la ambición del cargo administrativo, ya ni digo poder porque en definitiva hablamos de poca cosa, resumiendo “no gastés pólvora en chimango”, me decía mi abuela mientras apagaba el televisor donde el noticiero sentenciaba que con los miliares estábamos mejor. Sí, hablamos de nuestra peor democracia, aquel error de la estadística, había dicho el ciego. Pero no se alarmen, es que inventaba porque no podía ver nada. Peor, veía todo grises, él mismo lo había confesado. Pero volvamos a nuestro populacho, a nuestro queridísimo medio pelo golpista que hoy defiende que un silbato suene en una plaza a las ocho de la noche para que los rebaños de ovejitas (que somos) nos auto-arreemos hacia la salida, ¡¡¡pero qué pelotudos!!! Dignidad y cordura. Gente que le gusta vivir como gentuza. Dignidad es la que falta, pero esa es otra historia que les voy a contar cuando les explique como el puto Gobierno de la Ciudad lucra y se beneficia con la libertad de los que siempre pierden, esos que los antiguos liberales añoraban brindándosela a los burgueses, pero que cuando salieron de sus mesas, adornadas con el oro Inca, vieron que la libertad no es mejor administrarla entre todos, se volvieron liberales-conservadores (¡qué gran invento argentino!, liberal-conservador, como la birome y el colectivo ¿qué felicidad que los argentinos inventamos la picana!) olvidaron rápidamente y ni que hablar de estos neo-liberales, que leyeron a Maquiavelo y aprendieron los mejores yeites de nuestro peor peronismo: el que firmaba el remito de la entrega de alpargatas con el sello de las tres A.
Resumen: el liberal aprendió del populismo, y mientras se vende humo con una pantalla asistencialista destruye subejecutando el presupuesto de servicios públicos, los logros sociales consistentes que se ganó a través de la lucha peronista de años. Mal funcionamiento y se cierran los servicios justamente porque no funcionan, alimentan el círculo vicioso, y luego el estallido de la protesta social, por último nada mejor que contener con palos y alimentar el negocio de la seguridad.

                                                                        El Rufián de Pompeya


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