Daniel anotó: “Ranura Carnero”, “Carrera traidor burócrata”. Sabía
que no debía hacer ruido. Con cuidado guardó la agenda en el bolsillo y comenzó
a caminar cuando escuchó pasos detrás de la puerta. Sigiloso bajó las escaleras
y trotó por el pasillo hasta la salida. Antes de perderse por la vereda volteó
la vista y vio como asomaban dos personas que venían desde el final del palier
del edificio del cual escapaba. No llegó a verles los rostros porque el temblor
en los ojos hizo que se le nublara la vista. Se refregó los ojos y corrió por la vereda esquivando gente. Dobló
la esquina. Luego caminó lento buscando regular la respiración. La calle estaba
tumultosa. Por ningún motivo miraría atrás. Gente caminando en ambas
direcciones, algunos inmóviles cortando la calle. Gritaban coléricos, otros
simplemente miraban hacia el horizonte. Sentía el aliento en la nuca. Se detuvo
detrás de un árbol. Miró sobre sus pasos. Entre el gentío sobresalían dos. Eran
más corpulentos que el resto de los manifestantes. “Se va a acabar, se va a
acabar, la burocracia sindical”. Agachado sentía como temblaba la tierra. Cruzó
la calle y fue contramano. ¿Dónde estaba Osvaldo? Debía de estar ahí. Siguió
varias cuadras hasta la casa del compañero Carlos. Sacó la agenda de su
bolsillo y arrancó la hoja y la tiró por debajo de su puerta, eso se tenía que
saber sin que se entere la comisión directiva, eso y mucho más. Y por el
megáfono se escuchaba: “¡No aflojemos! ¡Viva la clase obrera!”. Luego
estruendos en el cielo. Corrió sin sentir las piernas. Trastabilló y cayó al
suelo mientras la multitud tropezaba con su cuerpo hecho una bola en el
asfalto. Olor a cubierta quemada. Pensó que nunca se iría de allí. Luego, lo
tomaron de los hombros y de un sacudón arriba. Corrió eléctrico en dirección
contraria a la multitud, de frente la montada que se acercaba con paso militar.
Agustín
Teglia
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