No se duerme durante la noche. “En
la calle” no se duerme durante la noche. Pero Guillermo aún no lo sabe. La patada
en la cabeza lo despierta, la sombra oscura le pega con bronca, con odio acumulado
de víctima y victimario y le exige dos
metros cuadrados de un espacio mugriento que se ganó en la miserable búsqueda
de un lugar en el universo profundo y escondido de los “sin techo” y que Guillermo
usurpa asustado. Ese sitio no le
está reservado. Anónimo y sucio, envuelto
en una frazada que pocas horas antes le había dado una asistente social,
Guillermo engaña al invierno. Se había refugiado en el hueco que se formaba en
la entrada de un supermercado.
Nuevo
aún en la orfandad de la calle, Guillermo, se cubre la cabeza con las manos,
pero otra patada en el estómago lo empuja sobre la vereda mojada. Leyes que aún
desconoce. Recoge sus pocas pertenencias y se va, resignado e indefenso pero
con la ira de la impotencia. ¿Habrá una oportunidad de venganza? La frazada
cuelga sobre sus hombros y la noche es más oscura en el deambular. Retumban los
pasos por ese paisaje del no lugar, siempre en la búsqueda del espacio que lo
contenga.
Hay
un lugar misterioso y único, y le llega desde lejos los ruidos de una bailanta.
Y entonces se pierde en un ensueño de timbales que resuenan junto al dolor que
le produce la herida en el ojo. El repiqueteo es alegre y aparece el eco de una cumbia, “cumbia
santafecina”, reconoce, acordes de guitarra, bajo y timbales. “Prefiero la
cumbia santafecina a la norteña” decía Guillermo. Y el recuerdo de un ayer con
música e ilusiones:
“Che
pibe querés tocar los timbales” le preguntó hace años el jujeño, Guillermo lo
estuvo mirando toda la tarde con admiración y generoso el jujeño ofreció su
instrumento y su saber. Aprendió rápido y con entusiasmo, se descubrió en el
retumbar de los acordes y el sonido. Las manos ya no se detienen, se mueven
rápidas al compás del ritmo cumbiero. De ahí los ensayos, las giras, los
recitales, las mujeres y la cocaína. En el escenario están el canto y las
coreografías. Hay un paraíso y un infierno y Guillermo se pierde en la nebulosa
de un plato de polvo blanco. “La merca de Salta es mejor, es más pura, aquí
sólo hay porquería” y aprende a
diferenciar, y a elegir.
De
la música a la calle, un camino que se bifurcó como una maldición. Y la calle
era eso, las patadas, el frío, la soledad. Pero también fue lo otro para
Guillermo, el rescate, una mano que lo atrapa y lo elige entre tantas sombras
que recorren la ciudad.
“Si vuelvo a la calle, tengo que
tener una faca, ya no me aguanto más las patadas en la cabeza, así que es eso:
la calle, los puntazos y la cárcel o esto, salvarme, quedarme aquí, en el
instituto. Por eso no me apuro. Me dijo la sicóloga que vaya despacio, que no
me apure, que me quede en el hogar, recuperándome, pero allá, en el barrio,
está mi casa y tengo “un lugar”: una pieza y mis cosas, me falta una cama para poder
quedarme en mi casa.” Dice Guillermo y
agrega: “porque ahora sí me voy a dedicar a la familia” porque después de ocho años de marginación y
dolor vuelve a encontrar su identidad “a
sentirme persona” reconocerá. ¿Que era entonces, Guillermo, un indigente, un
chico asustado, una sombra, un delincuente, una víctima, un asesino? ¿Era
nadie?
“¿Querés
tocar? La misma pregunta del ayer pero ahora la dicen otros, estos, los que
rescatan, y le alcanzan otra vez la magia del timbal, y vuelven las manos a sentir el murmullo de
las notas , y ahí está la cumbia, y la mística del ídolo muerto, ese que no se
salvó, ese que anduvo un camino paralelo, junto a Guillermo, pero ya no está y
las lágrimas surgen dolorosas: “ese soy yo, yo también soy un mártir
sacrificado ante un dios oscuro, el de la soledad y el desamor”. Habrá otro
momento para Guillermo, ya contenido por
la amistad. Se escucha la timbaleta, y renace el ritmo en la ilusión: mi
familia, mi casa, mi madre: “mamá dejame tocar, aguantate el ruido, mamá, que
me estoy recuperando, que quiero volver, mamá… a mi casa, y tener mi lugar”. Y
el eco de la cumbia que se recrea milagrosa en las manos del timbalero.
Estela Varela
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