viernes, 20 de julio de 2012

El no lugar


         No se duerme durante la noche. “En la calle” no se duerme durante la noche. Pero Guillermo aún no lo sabe. La patada en la cabeza lo despierta, la sombra oscura le pega con bronca, con odio acumulado de víctima y victimario  y le exige dos metros cuadrados de un espacio mugriento que se ganó en la miserable búsqueda de un lugar en el universo profundo y escondido de los “sin techo” y que Guillermo usurpa asustado.        Ese sitio no le está reservado. Anónimo y sucio,  envuelto en una frazada que pocas horas antes le había dado una asistente social, Guillermo engaña al invierno. Se había refugiado en el hueco que se formaba en la entrada de un supermercado.
            Nuevo aún en la orfandad de la calle, Guillermo, se cubre la cabeza con las manos, pero otra patada en el estómago lo empuja sobre la vereda mojada. Leyes que aún desconoce. Recoge sus pocas pertenencias y se va, resignado e indefenso pero con la ira de la impotencia. ¿Habrá una oportunidad de venganza? La frazada cuelga sobre sus hombros y la noche es más oscura en el deambular. Retumban los pasos por ese paisaje del no lugar, siempre en la búsqueda del espacio que lo contenga.
            Hay un lugar misterioso y único, y le llega desde lejos los ruidos de una bailanta. Y entonces se pierde en un ensueño de timbales que resuenan junto al dolor que le produce la herida en el ojo. El repiqueteo es alegre y  aparece el eco de una cumbia, “cumbia santafecina”, reconoce, acordes de guitarra, bajo y timbales. “Prefiero la cumbia santafecina a la norteña” decía Guillermo. Y el recuerdo de un ayer con música e ilusiones:
            “Che pibe querés tocar los timbales” le preguntó hace años el jujeño, Guillermo lo estuvo mirando toda la tarde con admiración y generoso el jujeño ofreció su instrumento y su saber. Aprendió rápido y con entusiasmo, se descubrió en el retumbar de los acordes y el sonido. Las manos ya no se detienen, se mueven rápidas al compás del ritmo cumbiero. De ahí los ensayos, las giras, los recitales, las mujeres y la cocaína. En el escenario están el canto y las coreografías. Hay un paraíso y un infierno y Guillermo se pierde en la nebulosa de un plato de polvo blanco. “La merca de Salta es mejor, es más pura, aquí sólo hay porquería”  y aprende a diferenciar, y a elegir.
            De la música a la calle, un camino que se bifurcó como una maldición. Y la calle era eso, las patadas, el frío, la soledad. Pero también fue lo otro para Guillermo, el rescate, una mano que lo atrapa y lo elige entre tantas sombras que recorren la ciudad.
“Si vuelvo a la calle, tengo que tener una faca, ya no me aguanto más las patadas en la cabeza, así que es eso: la calle, los puntazos y la cárcel o esto, salvarme, quedarme aquí, en el instituto. Por eso no me apuro. Me dijo la sicóloga que vaya despacio, que no me apure, que me quede en el hogar, recuperándome, pero allá, en el barrio, está mi casa y tengo “un lugar”: una pieza y mis cosas, me falta una cama para poder quedarme en mi casa.”  Dice Guillermo y agrega: “porque ahora sí me voy a dedicar a la familia”  porque después de ocho años de marginación y dolor vuelve a encontrar su identidad  “a sentirme persona” reconocerá. ¿Que era entonces, Guillermo, un indigente, un chico asustado, una sombra, un delincuente, una víctima, un asesino? ¿Era nadie?
            “¿Querés tocar? La misma pregunta del ayer pero ahora la dicen otros, estos, los que rescatan, y le alcanzan otra vez la magia del timbal,  y vuelven las manos a sentir el murmullo de las notas , y ahí está la cumbia, y la mística del ídolo muerto, ese que no se salvó, ese que anduvo un camino paralelo, junto a Guillermo, pero ya no está y las lágrimas surgen dolorosas: “ese soy yo, yo también soy un mártir sacrificado ante un dios oscuro, el de la soledad y el desamor”. Habrá otro momento para Guillermo,  ya contenido por la amistad. Se escucha la timbaleta, y renace el ritmo en la ilusión: mi familia, mi casa, mi madre: “mamá dejame tocar, aguantate el ruido, mamá, que me estoy recuperando, que quiero volver, mamá… a mi casa, y tener mi lugar”. Y el eco de la cumbia que se recrea milagrosa en las manos del timbalero.

                                                           Estela Varela


No hay comentarios:

Publicar un comentario