lunes, 1 de abril de 2013

2. Del trabajo a la casa y de la casa al trabajo



            El gordo Firpo se despertó con los lamidos del negro Casper. La lengua era áspera. Le pegó en el hocico para que saliera rápido y no le contagiara la sarna. Miró la hora y eran las once y media, uy la puta madre, ¡me dormí!, se miró al espejo como si fuera un nuevo día y la barba ahora nacía desde la papada. Se rascó el tímpano y el dedo se le embadurnó de cera. Se calzó un pantalón con parches en las rodillas y el culo, luego buscó la camisa a cuadros deshilachada en los extremos. Descolgó el sombrero y lo sopló. Tosió del polvo que se levantó. Agarró un cable y se lo pasó de cinto. No podía llegar tarde otra vez al trabajo. Corrió hacia la salida. Sonó el teléfono y no atendió porque seguro sería su jefe, lo despedirían. Descendió las escaleras trastabillando. Estaba obeso y el sudor se levantaba ni bien movía las axilas.
            Ey señor Firpo, sabía que lo encontraría, venga que le quiero comentar algo, venga… vení, ¡vení para acá gordo garca que tenés que pagar el mes!. Pero Pipino Firpo pasó ignorando al viejo encargado y sin mirar hacia atrás dijo: “Andá a cagar ¡Arturo sorete duro!” y empujó a la gente de la vereda que se interponía en su camino. El gordo se perdió en la multitud.
            Corrió hacia la peatonal de la calle Florida. Miró a los costados y suspiró, su jefe no estaba ahí para retarlo por el retraso. Sintió alivio. Se tiró al piso y sacó un tarrito que ubicó en el suelo, luego levantó la mano. A los pocos minutos una moneda cayó en su palma. Cerró el puño y apretó con fuerza.


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