martes, 1 de enero de 2013

Prostitutas sindicales (capítulo V)


Las dos torres 

            El sol se apagó después del 31 D del año dos mil D. Sí, muy poca luz quedó disponible para todos. Había que repartirla al igual que los restos de garrapiñada y turrón que habían sobrado de la reciente Navidad y año nuevo. Fue luego del 1 E del año dos mil T, en que a los PROmetedores de la gestión se les acabó el tiempo de la credibilidad, no se habían cumplido las promesas emanadas de la boca del director llamado Este Lanú Oeste. No hubo reincorporación del Ángel, ni aumento de sueldos para los trabajadores ATEos. Y como había que tranquilizar a los insurrectos ATEos, y ya no era posible convencerlos con palabras, el director Este Lanú Oeste llamó al Cuca Monga Dancing en la torre de la burocracia del mal de SUTETRA, para que este alistara su fuerza de choque en la cueva de Ali BAP BAP y sus cuarenta matones.
            Y de mientras, el gris verano soplaba seco en la nuca de los lumpen que habían hipotecado la esperanza, quemaba a aquellos empleados contratados que no podían aprovechar las ofertas del seductor Mercado Libre, aquel que través de la Web consideraba a todos por igual, tratando a los disconformes trabajadores como potenciales consumidores y proponiéndoles la posibilidad de comprar en cuotas hasta aquel que solo podía empeñar el alma. Lo esencial para el Mercado Libre era poseer el goce de cada trabajador, seducirlo con productos inservibles, crear necesidades y generar la sensación de que existe un individuo que posee libertad… de consumir.
            Los Gran ATEos estaban como locos porque habían entendido que una vez más los PROmetedores los habían engañado como a una quinceañera. Desde la torre burocrática del bien, el Gran ATEo Pitufo Político llamó a la revuelta de barricadas porque los PROmetedores ya no le atendían el teléfono y no podía negociar en la mesa chica. Se habían acabado los discursos y su protagónica carrera de artista político corría serio peligro de deslegitimación ATEa. Y en la vorágine de la negociación, la multitud ATEa había desafectado para siempre al Ángel de la reincorporación, sin ningún escrúpulo, en su cara y frente a los ojos de otros trabajadores ATEos. La mayoría quería preservar su trabajo y ya sea de paso lograr algún aumento para hacerle frente a la inflación del Mercado Libre, aunque algunos habían visto este gesto como la traición al ideal del trabajador. El Pitufo político hizo caso omiso a las recriminaciones y llamó a la asamblea en la torre burocrática del bien. La reunión duró treinta y ocho horas y se escucharon llantos y maldiciones. El Pitufo político necesitaba limpiar su imagen desacreditada y recordó a los presentes todos los logros de su gestión, que en realidad no eran muchos, asegurando que la mayoría estaba por realizarse. En dicha asamblea el único que no se lamentó fue el Ángel de la reincorporación, y cuando se hartó de tanto pitufo-discurso le arrebató el micrófono para exigir que a partir de ese momento solo lo llamaran Ángel. Sí, Ángel a secas. Gritó a toda la asamblea que ya no quería escuchar la palabra reincorporación y que ahora la lucha sería con sangre y memoria, recordando la traición que había sufrido por sus pares, los lacayos del programa de asistencia al pobre. La asamblea se estremeció pero el Ángel siguió hasta el fondo de la cuestión y sentenció que lo único que le interesaba era que se hiciera justicia. Por último se refirió a que sería él mismo el que proporcionaría la venganza necesaria para que se reestablezca su esperada paz interior.
            Fue así como fundó el Ministerio de Justicia, lugar donde se saldarían las cuentas de los que victimizándose justificaban sus dobles discursos. La primera medida fue rodearse de un círculo de confianza para organizar la venganza. De inmediato llamó al gato Ismael. Este estaba tranquilo lamiéndose el pelaje tratando de quitarse el olor ahumado de carbón y carne humana que se le había impregnado en el último asado de la calle Solís. El Ángel se dio cuenta de que no necesitaba a nadie más y cerró la lista de convocados. Por último, instruyó a Ismael para que arme el ejército de la venganza del bien.
            Los enemigos estaban a la vista y la guerra con los burócratas del mal estaba a la orden del día. En primer lugar, el gato Ismael se acercó sigiloso por los techos a espiar con cuántos ejércitos de monas contaban el sindicato de SUTETRA. La afiliación era alta. Desde una ventana de lo más alto, el gato Ismael veía como el Capitán Mona escaviaba vino en cajita junto a la manada de los Monitas del pasillo que se divertían pintando las paredes y pateando los tachos de basura. Eran un remolino de simios que asustaba a las viejitas del vecino hogar de ancianos. Algunos eran tan feos que a simple vista era posible confundírselos con los orcos.
            En un rincón estaba el Pajarito Risueño, nueva autoridad coordinadora de conflictos, también afiliada a SUTETRA y sumando treinta años de antigüedad en el trabajo municipal, era todo un ejemplo para los Monas. Había acordado que todo seguiría igual, sin cambios repentinos para nadie. Había conciliado con el sindicato SUTETRA y con los PROstatas de la dirección (aquellos que les chupaba todo un huevo salvo gestionar con éxito sus negocios) que no les jodería su asegurado kiosquito de la pobreza. La coordinadora era una mina como cualquier tía en navidad: sonriente y cizañera, con una ágil cintura política porque con su pintada cara de dolobu, cuando menos te la esperabas, te la mandaba a guardar. Un caranchito de ciudad que digería lentamente los pedazos humanos ATEos que dejaban a su paso los Monas de las 62 SUTETRIANAS.  También llamada el Condorito risueño del interior por su buena onda provinciana. Transmitía un aire campechano de amistad que hacía que los SUTETRA acordaran que ella no era tan ortiva como el anterior coordinador Manco Chof.  Y andaba siempre protegida por su guarda espaldas-asesor-personal trainer Pepe Galleta el cual tenía muchos músculos que le brindaban la posibilidad de pegarle a los trabajadores ATEos sublevados. Los aleccionaba cuando estos no se conformaban con el sueldo de subsistencia. Se enfurecía cuando los ATEos reclamaban siempre más de la plusvalía que no les correspondía. 
            El gato Ismael agudizaba sus ojos y veía hasta en la oscuridad. Anotaba todo. Detectó al Galo romanizado hablando en el pasillo con un Troll de SUTETRA. Repetían las palabras: ATEos hippies y vagos, luego reían. Y repartían para sus arcas los colchones destinados a la villa 21 de Barracas. Y en uno de sus movimientos rápidos (producto de las tres cucharadas de coca que le metía al café con leche por las mañanas) se le cayó la careta y en su rostro se vio la barba del Mercenario Joe. Y claro, pensó el Gato Ismael, si en su vida había peleado, ni en su etapa de joven anarquista de bar de Caballito, solo se había esforzado (y eso había que reconocerle) en dejarse pegar en algún catch de Titanes en el ring. De Á-crata solo tenía lo homófono del sonido de la terminación de la palabra buró-crata. Nunca había sido galo, solo un romano desterrado de su añorada Roma.
            Ismael se rascó una orejita porque faltaba alguien en su agenda: a la que no vio fue a la Ñoqui jefa de zona, también afiliada a SUTETRA aunque nunca reconociéndolo. Era muy posible que no se la viera durante años, porque ante la eminente guerra, entre los burócratas del bien y los burócratas del mal, estaba con miedo de que la hagan trabajar la totalidad de su jornada laboral, estaba más espantada que nunca.
            Pirincho, el topo mensajero, era amante de la verdad y cuando vio como los SUTETRA nacían del barro en el quincho de la torre burocrática del mal, le chifló a su compadre Ismael. El gato anotó con precisión lo que no podía ver desde su posición. En ese momento se encontraba arriba del edificio oculto, en la cueva siniestra de Ali BAP BAP y sus cuarenta matones donde el Cuco Monga Dancing permanecía sentado durante horas mirando el gran mural de su rostro en un sillón construido con los huesos de los antiguos trabajadores ATEos.
            Ismael movió los bigotes y dijo “Miau, ¡la concha de su reputísima madre que los re mil parió!”. Teniendo tal exabrupto porque el ejército de SUTETRA era más cuantioso e intimidador de lo que él pensaba. Abrió la agenda y escribió un recordatorio para no olvidarse del enclave de Pavón y Entre Ríos donde operaban dos agentes secretos de SUTETRA: la bella Fumanchú y la Grosa Matarazo. Pero no entendía cómo era que si las había ajusticiado en la parrilla de la calle Solís, revivían y se reproducían como los tetras en el quincho del Cuco Monga Dancing, sitio de recreación de los SUTETRA debajo de la cueva secreta de Alí BAP BAP y sus cuarenta matones.
            Ismael se ajustó las botas e irguió la espalda. La guerra sería el fin del nido de Cuca-rachas del Kuka Monga Dancing o gran Cuco como lo llamaban afectuosa y aduladoramente los Monas. El gato espía saltaba con su agenda, de tejado en tejado, sobre la torre de los SUTETRA y en cada techo le cobraban el peaje correspondiente: caja para la cueva de Ali BAP BAP, decían los gatos gordos, sarnosos y burócratas. Había más de cien en cada techo. En un tejado lo hicieron esperar cinco horas porque faltaba el sello de autorización para la libre circulación felina.
            El gato Ismael comenzó su segunda tarea: alistar a las fuerzas del bien. Primero convocó a las Amazonas que se encontraban adorando la Gran Cabeza del corrupto Duhalde, el gran falo del día de la mujer, y mientras se encontraban en asamblea permanente votaron que todos los días del año fueran el día de la mujer. Luego convocó a todos los afiliados ATEos: al Entente (Al gordo trosko, al pelado Mao, la Che negra, el rodete leninista y la piba Stalin). Y después llamó a los ATEos no afiliados que eran bastantes más, en total sumaban 34. Y se estremeció: faltaba uno para el número mágico 35, número fuente que empoderaba a la junta ATEa en un grupo de verdaderos luchadores espartanos. Luego convocó al Patriarca de los Pájaros del centro de Aceptación al pobre Mariano Moreno, el cual le guiñó el ojo si se trataba de armar quilombo. El número ascendió a 154 y más la suma de un par de extras del programa de Radio Nómades el número ascendió a 156. Ronroneó. El número mágico se había multiplicado por cuatro. Brincó contento. Andaba como gato con cuatro colas.
            Ahora sí, la batalla del fin del mundo Maya se daría lugar en el oscuro jueves con carteles que dirían: “No más PROmesas en vano”, “No más tetra en la burocracia del mal”, “Sí a las promesas de la burocracia del bien del Pitufo Político”, “No al Ángel de la reincorporación”, “Sí al Ángel de la venganza”. Y el sol renació pero la luz no se sentía, las nubes habían cubierto el cielo en su totalidad.
            El gato Ismael sacó su Netbook ganada en el programa de acceso a la igualdad felina-humana e intentó por la Web del Mercado Libre comprar una garra de metal. Tuvo que esperar porque la página estaba saturada, atestada por la burocracia de SUTETRA que se preparaba para la batalla del fin del mundo Maya comprando en un pago el brebaje vinícola necesario para que su ejército se encegueciera de la ira beoda que los fortalecía. Había muchos litros por comprar, a esa altura sumaban más de diez mil sedientas Monas. Y los ATEos también compraban, pero estos señaban (en doce cuotas) frascos de un litro de agua bendita porque querían cargar de mística a la batalla final Maya como fundadora del mito belicista ATEo. Finalmente Ismael, compró un nuevo calzado para convertirse en un verdadero gato con botas y después compró una garra de hierro y juró por los bigotes de su abuelo Don Gato que encontraría al Ñoqui espantado en algún lugar de la Ciudadanía Porteña y le regalaría el primer zarpazo para el día de Reyes. Se lo obsequiaría por ser el fiel reflejo cobarde de la Cueva de Ali BAP BAP y sus cuarenta matones. El gato deseaba con todas sus pulgas desgarrar el ceno de la burocrática torre del mal para vengar la traición sufrida de su queridísimo mesías: el olvidado Neo Ángel de la justicia.

                                         El Rufián y Compadrito
                  (En homenaje a Bengala por su generosidad literaria)


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