Los esbirros de la planta del BAP y su fiebre
amarilla.
(Dialogo entre hombres de la caverna)
Patean y gruñen,
saltan como monos, se abrazan en la desesperación de sus raíces. Raíces que
plantaron tiempo atrás para dedicarse a lo que son “esbirros”. Sin que les
caiga la careta de sus rostros no les tiembla el pulso cuando marcan a los
compases del patrón de turno sus decadentes pasos de parásitos travestidos por
los pasillos del Rawson.
Van con la fusta de la moral y
desean emancipar al insurrecto que no llena la olla a fin de mes y pide dignidad
en su tarea diaria de trabajar. El esbirro cuelga sus carteles con la única
frase que conoce y la imprime en la
mente de los extranjeros “el único
derecho que tenés es el de pagar el derecho de piso”. Y así van, inundando de sombras las horas de
trabajo, compilando amistades por el tono bajo de la amenaza, complicando vidas
en el laburo con la claringrilla de la fiebre amarilla, diluyendo
responsabilidades entre los nubarrones de la precariedad. Lamentablemente los
esbirros brotan como flores negras en los cementerios, se agazapan en su
oscuridad y van montados en sus propios egos.
Pichones de preceptores mal
pagos, policías frustrados, berretines de buches, lame culos del poder ciego e
invalido, pasajeros de una promesa mal contada, esperanzados en un milagro roto
por el tiempo. Fueron simples consecuencias del destino habernos cruzado un
otoño. Son ellos, ellas y muchos más; desparasitados de dignidad, perfumados
con extraña hipocresía, temblando bajo amenazas, ñoquis asustados… Son solo
plantas que tarde o temprano caerán de culo en una terraza soleada y como guiño
de lo que fue el sol se precipitará sobre sus raíces y la seca del futuro los
despojará de todo aluvión venidero.
Viven en un momento de príncipes
y princesas, entre ungidos y cenicientas caminan, se ven tan lejos en sus
tristes sueños que piensan que ser esbirro es el camino que el todo poderoso
les impuso. Creen a falta de razón, que en su trabajo de esbirros le hacen un bien a la sociedad y tan solo
levantan una pared más en este laberinto que inicio aquel Fausto en calzones.
Nadan en la hipocresía matutina
y su sueño de revolución se despereza en
el desayuno y es velado dentro de la monotonía cotidiana que envuelve ser un
esbirro y estar sumergido en el no cambio. Matan el tiempo vestidos en la
burlona elegancia de sus dramas y desnudando santos se quedan a la espera de
ese milagro que los saque de una buena vez y por todas de aquella agonía
impensada, la agonía de ladrar a los
cuatro vientos quienes son los responsable del motín a bordo en el día de hoy.
Como medusas de cabezas vacías
intenta petrificar todo a su paso. Con ellos es imposible voltear y mirar el
adiós, quieren pisar la alegría; son los viejos vinagres que el tano cantaba en
los ochenta.
Son tan solo enanos que no alcanzan a manotear la compresión del
otro.
Las amenazas internas te las metes en el culo, como papillón.
Ustedes son la única amenaza; amenaza creada y alimentada por los esbirros!
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