Dinámica donde el síndrome de Burnout metamorfosea al profesional idealista en un Teletubi
municipal
En este artículo realizaremos un
aporte al estudio del síndrome del quemado, problemática analizada bajo la
observación participante dentro del Ministerio de Desarrollo Social de la Ciudad de Buenos Aires, complementando
el estudio mediante una entrevista radial a una de las profesionales que se
desempeña como supervisora del programa BAP, caso extendible a muchos otros/as empleado/as
que se encuentran sufriendo este padecimiento no conciente.
Esclareceremos un tipo particular
de síndrome de Burnout, tal vez el menos conocido, el que se produce en los
profesionales a los cuales el estrés se les instala en la mente. Lo interesante
es que a la vez que el síndrome se adueña de la voluntad del trabajador, no se
le produce una disminución de sus capacidades motoras e intelectuales, tampoco
un surmenage o colapso típico como en
actividades extremas en intensidad tales como por ejemplo la de un operador
telefónico de un Call Center, o la
presión a la cual son sometidos los deportistas profesionales o vendedores de
grandes compañías, o todo trabajo donde la exigencia paraliza el normal
desenvolvimiento de sus tareas y bloquea en su totalidad las facultades psíquicas
de la persona produciendo ansiedad y el estrés.
Nos parece interesante estudiar
esta enfermedad social frecuentemente encontrada en profesionales municipales,
como por ejemplo en los trabajadores de la salud: médicos, trabajadores
sociales, psicólogos, siendo el síndrome del trabajador quemado uno de los
motivos por el cual el área de Desarrollo Social y Salud responden débilmente a
la problemática social compleja en cuestión: la situación de calle.
La propuesta de esta columna es
analizar una posible causa del por qué los trabajadores profesionales en el
área de Desarrollo Social (trabajadores sociales, psicólogos que invierten mucha
cantidad de tiempo y esfuerzo, aproximadamente cinco años, en formarse y
capacitarse en la especialidad) en poco más de un año de trabajo efectivo, se
desgastan (queman) a tal punto que ya no es recomendable (ni para ellos ni para
la institución) que realicen la tarea.
Lo perverso de este Síndrome es
que se instala en los profesionales que alguna vez sintieron la necesidad de
estudiar e invertir mucha energía para realizar un aporte humano a las
poblaciones vulneradas en derechos, con la intención de revertir la injusticia
y brindar asistencia a las personas necesitadas. Muchos de estos profesionales
formados en la Universidad Pública
consideran el trabajo dentro del Estado con una concepción superadora en la realización
de su profesión en cuanto a la idealización positiva de “la cosa pública”. Poco
tiempo después, luego de una primera experiencia en su actividad, metabolizan sus
convicciones ideológicas y su espíritu de rebelde profesional para acomodarse
en el aparato burocrático municipal. Tan interesante como patético es observar a
estos muertos vivos con matrícula, con credenciales que los acreditan para
intervenir a las personas como trabajadores profesionales de la salud, siendo
su principal tarea justificar discursivamente su trabajo paseándose por los
pasillos del Ministerio. El resultado es: profesionales desgastados que han
perdido el encanto por la tarea de asistir personas, agotamiento, queja
continua buscando en el afuera la esencia de un problema de procesamiento
interno, luego la decepción y finalmente la infelicidad.
El síndrome del profesional
desencantado se produce cuando se evidencia el desequilibrio producido entre
las pretenciosas expectativas de aquel estudiante comprometido con cambiar la
sociedad y la dura realidad que otorga un acotado margen de maniobra y poca
posibilidad para asistir a la necesidad de las personas mediante el accionar de
dispositivos que en su dinámica asistencialista solo buscan cumplir con objetivos
gestión municipal. Y este límite de intervención imposibilita la realización
profesional dentro del municipio, trayendo aparejado el agotamiento de no obtener
los resultados deseados, sentimiento recrudecido cuando el factor económico se
suma como variable. El sueldo municipal de los profesionales se encuentra subvaluado
comparándolo con la misma actividad disciplinar debajo el régimen del sector
privado. Es el mismo sistema que forma a los profesionales bajo una concepción
positiva de “lo estatal”, el que presiona en la ambición capitalista de
acumulación monetaria, dentro del marco de una competitiva sociedad de consumo,
sumándole la imprevisibilidad laboral y falta de certezas en la vida en
general, motivo por cual el profesional lucha por acomodarse en lo seguro de la
estabilidad laboral que ofrece el Estado, la planta permanente como empleado
municipal. Y si bien el sueldo por su actividad se encuentra por debajo del
promedio del mercado privado, lo acepta priorizando la seguridad en cuanto a la
protección en lo laboral no encontrada en el sector privado. Y una vez lograda
la contratación como profesional de planta permanente en el municipio, el ahora
empleado burocrático, debe dejar de lado sus sueños de desenvolvimiento
profesional por un sueldo seguro, y la intención de cambiar el funcionamiento
del sistema que tanto criticó en su juventud, es reemplazada por la chata y
rutinaria vida municipal. La ecuación esfuerzo-recompensa se resuelve bajo la
mirada de un sistema viciado. Y a la par que baja el deseo, merman las pretensiones
del profesional ministerial.
El resultado se vislumbra en la
conducta del profesional: en la primera etapa su decepción se traduce en
insatisfacción e irascibilidad, impaciencia, irritabilidad dentro del grupo de
trabajo y luego con la población asistida. Con el tiempo, el cansancio y el
agotamiento en la práctica diaria llevan a la depresión. En una segunda etapa
el profesional municipal responde al modelo: “demografía-personalidad-desilusión”
propuesto por el Dr. Sahili (2010), donde la desilusión creciente que se
produce en el ejercicio de la profesión ejercida, da como resultado falta de
compromiso, denotando poca satisfacción laboral y
pérdida vocacional. En este contexto, el estrés crónico no sería una variable
explicativa significativa per se del Burnout, sino que es necesario combinarlo
con el desencanto del profesional resignado que sufre cada vez que cede a sus
ideales y ética profesional en la realización de las viciadas y rutinarias
tareas municipales.
Nómades ha registrado un severo y
evidente caso de síndrome de Burnout
en la entrevista a una Licenciada en Psicología supervisora del programa BAP
Zonal (programa recientemente cerrado por la dirección ministerial) miembro de
la planta permanente del Ministerio de Desarrollo Social de la Ciudad de Buenos Aires. Surge
una pregunta: ¿Es el estrés de la dura y sensible tarea de asistir a las
personas en situación de calle el que produce el síndrome del quemado?, la
respuesta es un rotundo “No”. El síndrome se explica por la falta de motivación
y pérdida de sentido que la profesional encuentra a la disciplina a la cual
dedicó todo su esfuerzo, en cuanto a formación y práctica. Se produce un vacío
existencialista porque el ser humano puede soportar estrés sin quemarse mientas
no se extinga el sentido de la vida. Es aquí donde se descarta la explicación
falaz que indica que el estrés que padecen los profesionales de la salud se
produce por el contacto prolongado con situación dolientes, con la miseria
extrema, con las personas que sufren y transmiten el padecimiento al
profesional, que si bien en un primer momento había construido una coraza anti-estrés,
luego la tensión termina por absorberlo, permeándose sus anticuerpos,
desgastándose su fortaleza. Dicho de otra manera, si el profesional, aunque
tenga contacto extremo con el dolor del asistido, sigue ilusionado con su
perspectiva de aporte y resolución, el estrés puede desgastar pero no producir el
síndrome Burnout. El profesional
quemado aparece cuando el alma se erosiona, la voluntad de resistir se apaga, cuando
el trabajador especializado descubre la brecha entre sus expectativas y la
realidad, el síndrome Burnout nace a
la par de la resignación.
Y es en un segundo momento donde
el profesional experimenta una gradual desilusión sobre su entorno, lo cual le
genera una pérdida del interés vocacional y una disminución de la energía dedicada
al trabajo. Sentimiento de impotencia donde el mínimo trabajo no tiene fin, y
lo que anteriormente era motivo de alegría ahora es aburrimiento, se pierde la
capacidad de disfrutar en el ámbito laboral, y es esta constante insatisfacción
la que deviene en una lenta depresión que se instala en el cuerpo somatizado mediante
insomnio, dolores de cabeza, mareos, dolores musculares, trastornos digestivos;
y en el carácter: agotamiento del trabajo en equipo donde el profesional
vivencia la sensación de que ya no se es capaz de trasmitir a nivel emocional,
suspicacia que se manifiesta constantemente con las cínicos y escépticos
discursos e irónicas exclusas. Aparece el sentimiento de ineficacia, incompetencia
y sensación de imposibilidad de llevar a cabo debidamente las tareas.
El burnout es el resultado transicional de un sutil mecanismo de
adaptación que produce el individuo profesional cuando se acomoda a las
necesidades institucionales. Es un padecimiento que abunda en los profesionales
del Ministerio de Desarrollo Social de GCBA, que se traduce en desidia y
negligencia. Nómades, mediante la entrevista a la profesional del Ministerio de
Desarrollo Social, comprobó el ya visualizado círculo vicioso entre discurso y
práctica, observando y contrastando la cotidianeidad que la totalidad de estos profesionales
quemados reproducen cuando actúan en su rutina y permanentemente se excusan con
justificaciones para no ser evidenciados de no cumplir con su trabajo y ética
profesional. Víctimas inadvertidas que no han sabido adaptar sus expectativas
iniciales a la burocracia municipal. Hoy, muy útiles al sistema que alguna vez
atacaron discursivamente en sus épocas de romanticismo universitario, por
encontrarse al servicio de la perversa dinámica reproductiva, contributivos y
participes, se transformaron en uno de los tantos eslabones oxidados del
denunciado (por Nómades) negocio de la pobreza.
Ruf.
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