1.
El gordo Pipino Firpo
El
gallo Confucio cantó a las cuatro de la mañana, estaba confundido con el cambio
del horario ya que lo habían comprado en Ushuaia, hacía cualquiera, por algo le
había puesto ese nombre. Encima el loro Abelardo lo secundaba a puro cacareo. La
puta que los parió, qué carajo les pasa?. Que cante desafinado todo bien, pero
una hora antes?. El gordo Firpo estaba cansado. Esa noche se había quedado
ensayando un tema nuevo, había estado inspirado con la guitarra criolla, por
eso aguantó bastante, además que se ayudó con alguna que otra línea creadora. El
gordo abrió un ojo y le pareció que los animales lo burlaban. Agarró un zapato
y se los arrojó. El calzado traspasó el ventanal. Cayó nueve pisos junto a los
pedazos de vidrio. Cuando se asomó escuchó la puteada de un tachero que, desde
la altura, se veía enfurecido como una hormiga en un día nublado cuando se le
saca la hoja que lleva en el lomo.
Todavía
faltaban cinco horas para presentarse al trabajo pero no podría dormir porque
Confucio no pararía de cacarear junto a la buena imitación del loro Abelardo, que
además, levantaba sus plumas y caminaba con pasos cortos de un lado al otro de
la sala. Se la agarraba con Baquito, el gato que Pipino Firpo había encontrado
el día anterior en la calle. Con Dante y Demócrito sumaban cuatro en la
pandilla gatuna, no olvidándonos de Casper el perro negro y violador de gatos que
había domesticado hacía dos años, en realidad el gordo Firpo se lo había
afanado a un mendigo del barrio de San Cristóbal cuando este se había quedado
inconciente después de chuparse cinco tetras de tinto en el desayuno. El gordo
lo arrastró hasta la guardia del Hospital Ramos Mejía y lo tiró en la vereda
cuando miró hacia el perrito Casper, le pareció más fácil llevárselo que
dejarlo, ya tenía nombre y había un tema menos en qué pensar.
El
gordo Pipino puso la pava y vio la pecera quebrada, quién carajo fue?, y golpeó
la mesa, toda la pandilla miró hacia el suelo doblando las orejitas. Porque ahora
en libertad, los hamsters estarían haciendo sus cuevas por todos los rincones y
quién sabe si se apareaban con las ratas que tenían la entrada al monoambiente
detrás de la heladera. Abrió el armario y ahí estaba Apolo enroscada en un palo
de escoba, la boa se estaba comiendo a uno de los roedores.
El
gordo corrió el sillón y se cayeron dos sillas con una torre de ropa. Pero
dónde carajo estaba Cosmo? Levantó un almohadón y debajo estaba el control
remoto. Encendió la tele que hizo un chispazo. Voló una polilla que se
estacionó en el techo. La miró de reojo porque su aleteo era peligrosamente
zigzagueante. La escupió y al errarle el gargajo verde pegó en el espejo. Se
miró y estaba barbudo y ojeroso. Pensó en la llegada al trabajo y sonrió.
Abrió
la puerta y asomó la cabeza por el largo pasillo de la pensión. Todo estaba
calmo. Salió sigiloso y agarró el diario del vecino. Fue directo hacia la pava
y cargó el mate de yerba. Se sentó arriba de los lentes y sintió el crac. Leyó
el titular: “Insólito. 10 de diciembre del año 2013. En el día del Trabajador
Social un asistente social muere de paro cardíaco al ser asustado por un
mendigo que parecía muerto”. Ja, ja, sorbió y escuchó el crujido del mate. Dio
vuelta la página y se quedó mirando el culo de la señorita de la contratapa.
Dejó el diario en la mesa y le dio un beso, luego otro, apoyó la cabeza…
to be continued...