Las dos torres
El
sol se apagó después del 31 D del año dos mil D. Sí, muy poca luz quedó
disponible para todos. Había que repartirla al igual que los restos de
garrapiñada y turrón que habían sobrado de la reciente Navidad y año nuevo. Fue
luego del 1 E del año dos mil T, en que a los PROmetedores de la gestión se les acabó el tiempo de la
credibilidad, no se habían cumplido las promesas emanadas de la boca del
director llamado Este Lanú Oeste. No
hubo reincorporación del Ángel, ni
aumento de sueldos para los trabajadores ATEos.
Y como había que tranquilizar a los insurrectos ATEos, y ya no era posible convencerlos con palabras, el director Este Lanú Oeste llamó al Cuca Monga Dancing en la torre de la
burocracia del mal de SUTETRA, para
que este alistara su fuerza de choque en
la cueva de Ali BAP BAP y sus cuarenta matones.
Y
de mientras, el gris verano soplaba seco en la nuca de los lumpen que habían
hipotecado la esperanza, quemaba a aquellos empleados contratados que no podían
aprovechar las ofertas del seductor Mercado
Libre, aquel que través de la
Web consideraba a todos por igual, tratando a los disconformes
trabajadores como potenciales consumidores y proponiéndoles la posibilidad de
comprar en cuotas hasta aquel que solo podía empeñar el alma. Lo esencial para
el Mercado Libre era poseer el goce
de cada trabajador, seducirlo con productos inservibles, crear necesidades y
generar la sensación de que existe un individuo que posee libertad… de
consumir.
Los
Gran ATEos estaban como locos porque
habían entendido que una vez más los PROmetedores
los habían engañado como a una quinceañera. Desde la torre burocrática del
bien, el Gran ATEo Pitufo Político
llamó a la revuelta de barricadas porque los PROmetedores ya no le atendían el teléfono y no podía negociar en
la mesa chica. Se habían acabado los discursos y su protagónica carrera de
artista político corría serio peligro de deslegitimación ATEa. Y en la vorágine de la negociación, la multitud ATEa había desafectado para siempre al Ángel de la reincorporación, sin ningún
escrúpulo, en su cara y frente a los ojos de otros trabajadores ATEos. La mayoría quería preservar su
trabajo y ya sea de paso lograr algún aumento para hacerle frente a la
inflación del Mercado Libre, aunque
algunos habían visto este gesto como la traición al ideal del trabajador. El Pitufo político hizo caso omiso a las
recriminaciones y llamó a la asamblea en la torre burocrática del bien. La
reunión duró treinta y ocho horas y se escucharon llantos y maldiciones. El Pitufo político necesitaba limpiar su
imagen desacreditada y recordó a los presentes todos los logros de su gestión,
que en realidad no eran muchos, asegurando que la mayoría estaba por
realizarse. En dicha asamblea el único que no se lamentó fue el Ángel de la reincorporación, y cuando
se hartó de tanto pitufo-discurso le arrebató el micrófono para exigir que a
partir de ese momento solo lo llamaran Ángel.
Sí, Ángel a secas. Gritó a toda la
asamblea que ya no quería escuchar la palabra reincorporación y que ahora la
lucha sería con sangre y memoria, recordando la traición que había sufrido por
sus pares, los lacayos del programa de asistencia al pobre. La asamblea se
estremeció pero el Ángel siguió hasta
el fondo de la cuestión y sentenció que lo único que le interesaba era que se hiciera
justicia. Por último se refirió a que sería él mismo el que proporcionaría la
venganza necesaria para que se reestablezca su esperada paz interior.
Fue
así como fundó el Ministerio de Justicia, lugar donde se saldarían las cuentas
de los que victimizándose justificaban sus dobles discursos. La primera medida
fue rodearse de un círculo de confianza para organizar la venganza. De inmediato
llamó al gato Ismael. Este estaba
tranquilo lamiéndose el pelaje tratando de quitarse el olor ahumado de carbón y
carne humana que se le había impregnado en el último asado de la calle Solís. El Ángel se dio cuenta de que no
necesitaba a nadie más y cerró la lista de convocados. Por último, instruyó a Ismael para que arme el ejército de la
venganza del bien.
Los
enemigos estaban a la vista y la guerra con los
burócratas del mal estaba a la orden del día. En primer lugar, el gato Ismael se acercó sigiloso por
los techos a espiar con cuántos ejércitos de monas contaban el sindicato de SUTETRA.
La afiliación era alta. Desde una ventana de lo más alto, el gato Ismael veía como el Capitán
Mona escaviaba vino en cajita junto a la manada de los Monitas del pasillo que se divertían pintando las paredes y
pateando los tachos de basura. Eran un remolino de simios que asustaba a las
viejitas del vecino hogar de ancianos. Algunos eran tan feos que a simple vista
era posible confundírselos con los orcos.
En
un rincón estaba el Pajarito Risueño,
nueva autoridad coordinadora de conflictos, también afiliada a SUTETRA y sumando treinta años de antigüedad
en el trabajo municipal, era todo un ejemplo para los Monas. Había acordado que todo seguiría igual, sin cambios
repentinos para nadie. Había conciliado con el sindicato SUTETRA y con los PROstatas
de la dirección (aquellos que les chupaba todo un huevo salvo gestionar con
éxito sus negocios) que no les jodería su asegurado kiosquito de la pobreza. La
coordinadora era una mina como cualquier tía en navidad: sonriente y cizañera, con
una ágil cintura política porque con su pintada cara de dolobu, cuando menos te
la esperabas, te la mandaba a guardar. Un caranchito de ciudad que digería
lentamente los pedazos humanos ATEos
que dejaban a su paso los Monas de
las 62 SUTETRIANAS. También llamada el Condorito risueño del interior por su buena onda provinciana. Transmitía
un aire campechano de amistad que hacía que los SUTETRA acordaran que ella no era tan ortiva como el anterior coordinador Manco Chof. Y andaba siempre protegida por su guarda espaldas-asesor-personal
trainer Pepe Galleta el cual tenía
muchos músculos que le brindaban la posibilidad de pegarle a los trabajadores ATEos sublevados. Los aleccionaba cuando
estos no se conformaban con el sueldo de subsistencia. Se enfurecía cuando los ATEos reclamaban siempre más de la
plusvalía que no les correspondía.
El gato Ismael agudizaba sus ojos y veía
hasta en la oscuridad. Anotaba todo. Detectó al Galo romanizado hablando en el pasillo con un Troll de SUTETRA. Repetían las palabras: ATEos hippies y vagos, luego reían. Y repartían para sus arcas los
colchones destinados a la villa 21 de Barracas. Y en uno de sus movimientos
rápidos (producto de las tres cucharadas de coca que le metía al café con leche
por las mañanas) se le cayó la careta y en su rostro se vio la barba del Mercenario Joe. Y claro, pensó el Gato Ismael, si en su vida había
peleado, ni en su etapa de joven anarquista de bar de Caballito, solo se había
esforzado (y eso había que reconocerle) en dejarse pegar en algún catch de Titanes
en el ring. De Á-crata solo tenía lo homófono del sonido de la terminación de la
palabra buró-crata. Nunca había sido galo, solo un romano desterrado de su
añorada Roma.
Ismael se rascó una orejita porque faltaba
alguien en su agenda: a la que no vio fue a la Ñoqui jefa de zona, también afiliada a SUTETRA aunque nunca reconociéndolo. Era muy posible que no se la
viera durante años, porque ante la eminente guerra, entre los burócratas del
bien y los burócratas del mal, estaba con miedo de que la hagan trabajar la
totalidad de su jornada laboral, estaba más espantada que nunca.
Pirincho, el topo mensajero, era amante
de la verdad y cuando vio como los SUTETRA
nacían del barro en el quincho de la torre burocrática del mal, le chifló a su
compadre Ismael. El gato anotó con
precisión lo que no podía ver desde su posición. En ese momento se encontraba arriba
del edificio oculto, en la cueva
siniestra de Ali BAP BAP y sus cuarenta matones donde el Cuco Monga Dancing permanecía sentado
durante horas mirando el gran mural de su rostro en un sillón construido con
los huesos de los antiguos trabajadores ATEos.
Ismael movió los bigotes y dijo “Miau,
¡la concha de su reputísima madre que los re mil parió!”. Teniendo tal
exabrupto porque el ejército de SUTETRA
era más cuantioso e intimidador de lo que él pensaba. Abrió la agenda y
escribió un recordatorio para no olvidarse del enclave de Pavón y Entre Ríos
donde operaban dos agentes secretos de SUTETRA:
la bella Fumanchú y la Grosa Matarazo. Pero no
entendía cómo era que si las había ajusticiado en la parrilla de la calle Solís,
revivían y se reproducían como los tetras en el quincho del Cuco Monga Dancing, sitio de recreación de
los SUTETRA debajo de la cueva secreta
de Alí BAP BAP y sus cuarenta matones.
Ismael se ajustó las botas e irguió la
espalda. La guerra sería el fin del nido de Cuca-rachas
del Kuka Monga Dancing o gran Cuco como lo llamaban afectuosa y
aduladoramente los Monas. El gato
espía saltaba con su agenda, de tejado en tejado, sobre la torre de los SUTETRA y en cada techo le cobraban el
peaje correspondiente: caja para la cueva de Ali BAP BAP, decían los gatos gordos, sarnosos y burócratas. Había
más de cien en cada techo. En un tejado lo hicieron esperar cinco horas porque
faltaba el sello de autorización para la libre circulación felina.
El gato Ismael comenzó su segunda tarea:
alistar a las fuerzas del bien. Primero convocó a las Amazonas que se encontraban adorando la
Gran Cabeza del
corrupto Duhalde, el gran falo del día de la mujer, y mientras se
encontraban en asamblea permanente votaron que todos los días del año fueran el
día de la mujer. Luego convocó a todos los afiliados ATEos: al Entente (Al gordo trosko, al pelado Mao, la Che negra, el rodete leninista y la piba Stalin).
Y después llamó a los ATEos no
afiliados que eran bastantes más, en total sumaban 34. Y se estremeció: faltaba
uno para el número mágico 35, número fuente que empoderaba a la junta ATEa en un grupo de verdaderos luchadores
espartanos. Luego convocó al Patriarca de
los Pájaros del centro de Aceptación al pobre Mariano Moreno, el cual le
guiñó el ojo si se trataba de armar quilombo. El número ascendió a 154 y más la
suma de un par de extras del programa de Radio
Nómades el número ascendió a 156. Ronroneó. El número mágico se había
multiplicado por cuatro. Brincó contento. Andaba como gato con cuatro colas.
Ahora
sí, la batalla del fin del mundo Maya
se daría lugar en el oscuro jueves con carteles que dirían: “No más PROmesas en
vano”, “No más tetra en la burocracia del mal”, “Sí a las promesas de la
burocracia del bien del Pitufo Político”,
“No al Ángel de la reincorporación”,
“Sí al Ángel de la venganza”. Y el
sol renació pero la luz no se sentía, las nubes habían cubierto el cielo en su
totalidad.
El gato Ismael sacó su Netbook ganada en
el programa de acceso a la igualdad felina-humana e intentó por la Web del Mercado Libre comprar una garra de metal. Tuvo que esperar porque
la página estaba saturada, atestada por la burocracia de SUTETRA que se preparaba para la
batalla del fin del mundo Maya comprando en un pago el brebaje vinícola necesario
para que su ejército se encegueciera de la ira beoda que los fortalecía. Había
muchos litros por comprar, a esa altura sumaban más de diez mil sedientas Monas. Y los ATEos también compraban, pero estos señaban (en doce cuotas) frascos
de un litro de agua bendita porque querían cargar de mística a la batalla final Maya como fundadora del
mito belicista ATEo. Finalmente Ismael, compró un nuevo calzado para
convertirse en un verdadero gato con botas y después compró una garra de hierro
y juró por los bigotes de su abuelo Don Gato que encontraría al Ñoqui espantado en algún lugar de la
Ciudadanía Porteña
y le regalaría el primer zarpazo para el día de Reyes. Se lo obsequiaría por
ser el fiel reflejo cobarde de la Cueva de Ali BAP BAP y sus cuarenta matones. El
gato deseaba con todas sus pulgas desgarrar el ceno de la burocrática torre del
mal para vengar la traición sufrida de su queridísimo mesías: el olvidado Neo Ángel de la justicia.
El
Rufián y Compadrito
(En
homenaje a Bengala por su generosidad literaria)