jueves, 26 de julio de 2012

Poder elegir


¿Todos podemos elegir como deseamos vivir? ¿Todos estamos capacitados para saber lo que nos conviene o lo que nos gusta? ¿Consideramos como sociedad que hay quienes no pueden hacerlo? ¿Los niños muy pequeños, quizá, porque somos los padres o los adultos que decidimos  por ellos? Aunque desde muy temprana edad comenzamos a preguntarles, ¿querés ir a la casa de los abuelos o preferis ir a la plaza?  Comenzamos a interesarnos en sus opiniones y les damos un lugar, les reconocemos que son personas pensantes y no cosas que podamos llevar y traer a nuestro antojo. Quizá los locos deben someterse a la voluntad de otros, porque suponemos que no están capacitados para saber qué es lo mejor para ellos.
A veces, también a los ancianos se los subestima y se los infantiliza y entonces alguien piensa que están mejor en un geriátrico que en su propia casa porque no son capaces de cuidarse solos.
Todos ejemplos de quienes son desposeídos de sus derechos, por creer que son incapaces, por inmadurez o por ignorancia.
A través de las entrevistas de Nómades, fui encontrando un factor común, los entrevistados del Hogar Monteagudo coinciden en lo poco funcionales que son los paradores, hablan de que son autoritarios y que en ellos no hay estabilidad. Todos distinguen al Hogar Monteagudo como un lugar donde se les dan oportunidades y donde pueden rearmarse para seguir viviendo.
Quienes transitan la situación de calle, saben lo que quieren, lo que necesitan, cuáles son sus tiempos y entonces ¿cuándo son consultados para elaborar los planes sociales? Hay voces ahí para ser escuchadas. Si formaran parte, si se los involucraran desde las organizaciones en la creación de programas sociales, estos serían más acordes a sus necesidades. La experiencia no se puede transferir, por eso el que actúa desde su saber, seguramente optimizará  la propuesta. Los programas que resuelven y ejecutan desde un escritorio no pueden ser tan eficaces como aquellos que lo hagan desde la consulta a los beneficiarios: ¿qué quieren, qué buscan, qué esperan, qué necesitan? tan simple como eso.
Todo proyecto debe ser algo que surja en conjunto con los destinatarios. Sería darles un lugar lejos de la cosificación que queda impresa en el paisaje urbano como esa foto de Yako. La gente en situación de calle tiene un sueño, una esperanza, y tiene un recorrido, un saber y es cierto que sabe ponerlo en palabras y puede elegir lo que le conviene.  Comenzar a verlos como sujetos de derechos.
Eso es ni más ni menos, lo que encontré en las entrevistas de Nómades: “Tu vida me importa y yo aprendo de ello”.

Estela Varela

El Yaco y su muestra-muestra de fotografía “La calle”


            Ahí va el Dani Yako corriendo a su exposición de fotos en el Centro Cultural Borges (leer nota en la revista Ñ, hacé click aquí). Mira el reloj y se le hace tarde. Toma un taxi, las fotos de la gente de la calle no pueden esperar.
            Siente culpa porque sabiendo que hay seres humanos sufriendo, él no hace más que inmortalizarlos en una imagen, en una foto sacada con un buen zoom a diez, veinte metros de distancia, aprendiendo a mimetizarse con la indeferencia del que camina rápido. Pero no es todo fácil, Yaco tuvo dilemas morales. Les niega el rostro, nunca los trata, y ni que hablar de invitarlos a una muestra en Recoleta que les pertenece en su anonimato, forzados a mezclarse entre los amantes del buen arte a cualquier precio.
            Se acuesta en la cama. Un imperativo kantiano le da con un látigo, su dulce sueño no puede conciliarse. Sabe que hace mal, y el sueño desparece. Comienza a ponerse nervioso porque al otro día su jornada se inicia temprano, no le gusta andar soñoliento. Se justifica pero igual le da culpa, ¿pero cómo?, ¿tratar con ellos?, ¿y si me hacen daño?, si ellos saben de las fotos, estas van a quedar artificiales, miran al frente y eso no me gusta en mis fotos, hasta por ahí sonríen, no, qué van a sonreír si viven en la miseria, algún día les voy a hablar, no mejor que los trate la iglesia. Encima para tratarlos habría que despertarlos, ¿y si están ocupados y los molesto?, ¿y si se tienen que levantar temprano como yo?, a mi no me gustaría, suerte que nadie me viene a despertar en mi departamento, ahí siento como ellos, no me gusta que violen mi privacidad. Yako comienza a sentir el pestañeo pesado y concilia el sueño. Mañana será otro día de muchas fotos. Logra el consenso moral desoyendo su conciencia…
            Y sigue con su obra artística y no les advierte de la foto. Los deja tirados, no pide autorización. Saca otra foto donde la bolsa se levanta, se descubre una oreja acompañada con un ojo y una nariz, ¡mierda esta no sirve, salió parte de la cara!, el porcentaje del rostro descubierto es muy alto, hay que borrar esta foto y encima esta cámara no es como las digitales, con rollo sale más caro. Pero continúa sacando a la antigua porque el arte exige el espíritu de lo artesanal. El arte es lindo, es bello y por sobre todo tiene una realidad sui generis, un plus que hace más dulce la vida. Luego otro disparo y la bolsa sale completa, esta es hermosa porque solo se le ve un pie y la consigna es que se vean partes del cuerpo como si la sociedad los descuartizara y quede reflejado que no los trata como personas. Esto se tiene que ver, hay mucho en este juego estético y en esta realidad de porquería, no la pasan bien y yo lo voy a mostrar…
            Yako!!!, como si necesitáramos verlo a través de tu cámara, Yako!!!, parece que sí porque se muestra comprometido. Y el artista supera la contradicción y cuando comenta sus fotos se le cae la baba “Acá uno envuelto en aluminio, “La guerra de las Galaxias”. Acá contra una pared del Museo de Bellas Artes”. Acá “El hombre alfombra”, que “me encanta, me mata”. Y Yako supera el dilema sonriendo y en su sueño se abraza con Kant y el sujeto universal lo aplaude desde una butaca, hay que mostrar a la humanidad para que se sepa, ¡que se sepa todo!
            Alimenta el vouyerismo para que se reproduzca la paja intelectual de los consumidores de arte que se sienten mejor y peor cuando se les muestra una sombra de fotógrafo en un colchón  despeluchado y de lejos un perrito con las costillas a flor de piel, pobrecito, también tiene hambre.

                                                     El Rufián de Pompeya


Leonardo Rojas


¡Antonito querido!

                           “Es un buen muchacho pero se queda con los vueltos”
                                                        (Juan Domingo Perón)


            Primero hago una movida en el Congreso que le saco plata a la gente, uno petisito de pelo blanco, ¿cómo se llama? Cafiero. Hasta al Doctor Cafiero. Una tarde, cuando va al Senado, lo espero apoyadito en la pared, siempre era un zorro, y miraba, no sabés, el tipo va así y yo me le voy, doctor, doctor, doctor, le toco así y me van dos tipos de atrás, eh pará, el Doctor se da vuelta, ¡Doctor Cafiero! yo lo conozco a usted, re chamullo yo, más vale y después andá a la puta que lo parió, Doctor mire estoy en situación de calle, mire mi cajita ¿no me tira una monedita? Y le dijo así a los muchachos: suéltenlo, suéltenlo, hijo, ­viste como habla él, hijo salgo del Congreso, cuando vuelva, le voy a dejar algo ¡Pero que va a dejar el hijo de puta!
            Lo vi salir, lo vi: cuatro monos acá, cuatro monos acá. No sabía por dónde pasarle, me hago una escapada y me mando de frente.
            Doctor Cafiero, y los monos ya me conocían y se me vinieron cuando pasó mi rancho, pasó por mi ranchito por donde estaba yo en la pared del Senado, ese era mi ranchito, la puerta mi pared, y yo estaba sentado ahí, estaba hecho un zorrito esperando que se vaya el señor Cafiero, ahí en la puerta de entrada principal del Senado, ahí donde está la policía, lo veo salir y lo dejo caminar a ver si se acordaba de lo que me había dicho él, mi cajita estaba ahí en el medio y me pasaron por arriba la caja, ¿ah sí?
            Salgo corriendo para Yrigoyen antes de llegar a Entre Ríos, lo dejo escapar un poquito, y le digo de frente con mi cajita, Doctor Cafiero, Doctor Cafiero, ¿se acuerda de mi? Ahí, el de la puerta del Senado, el de la cajita…
            Ah hijo perdóneme me olvidé, muchachos, denle algo al chico ahí, agarró uno así, ¿los monos viste? Agarró uno, sacó cinco pesos, vino el otro y diez pesos, ¿está bien hijo? Me dice el Doctor Cafiero. Doctor, lo felicito, ¡aguante eh!, y los monos me miraban con una cara de ganas de matarme a mi, claro, ¡no lo podés agarrar al Senador!

                                                                                                                      Agustín Teglia
(Anécdota recuperada de la entrevista Nómades a Leonardo Rojas, el santiagueño)


 

Programa 4: Leonardo Rojas (audio)

Fragmento:











Guillermo Mendoza


Peña del Monteagudo


sábado, 21 de julio de 2012

El que ama y el que es amado


              En un comienzo, en el primitivo aparato psíquico no hay una indisociación entre interior y exterior, es decir, aun no existe la capacidad de sentir lo exterior, y en su lugar  se inscribe una sensación completud. Luego logra disociar lo que esta por dentro de lo que esta por fuera de él mismo. En un primer momento dejando todo lo placentero dentro de sí y todo lo displacentero por fuera. Paulatinamente comienza a percibir que ni todo lo bueno está por dentro, ni todo lo malo está fuera, de esta forma se comienza a derrumbar la primera división y adquiere la capacidad de sentir que hay tanto dentro como fuera de sí fenómenos placenteros y displacenteros.
            El amor originariamente instalado en el propio cuerpo erogeneizado, sale en búsqueda de otro cuerpo similar al mismo. Allí se ubican dos posibles figuras, la del que ama y la del que es amado. Cualquiera de estas dos posiciones conseguirían perturbar si se mantiene estáticas. Pero el tiempo fluctúa incesantemente y en su correr da espacio para las posibles transformaciones, cambios, rotaciones. Y asimismo deberían alternarse las distintas posiciones del amor.

                                                                                                             Andrea Pérez



viernes, 20 de julio de 2012

El Rey del timbal


         Las manos le ardían pero seguía. Ya no tocaba, ahora golpeaba el cuero con saña. Descargaba toda la bronca que había estado acumulando desde la tarde, después que había hablado con su novia. Sí, te quiero, te dije quiero mucho, te amo, ya te dije que te amo muchísimo, decía mientras colgaba el tubo del teléfono y saludaba detrás del vidrio de la ventana, a una chiquilla recién llegada, no la conocía pero seguro que no se comparaba con Natalia, la periodista que le había hecho una nota unos meses atrás, era hermosa, su amor incondicional. Y después de un rato, si bien estaba satisfecho con la chiquilla, había descargado satisfacción, también se había cargado de ira, porque había estado pensando, porque esa gente estaba asechando otra vez, su novia desde Quilmes se lo había dicho.
            Y mientras las luces lo encandilaban más fuerte tocaba. El pulgar se le dobló y aguantó el grito, incluso sonrió ante la mirada del cantante. Mendoza vestía pantalón negro y camisa blanca, esto irritaba sobremanera al vocalista, a este no le gustaba la competencia desleal. Primero a mi hermanita, después la vestimenta. Había cuestiones que en el ambiente debían estar claras y mucho más si compartirían largos meses de gira.
            Y los gritos lo aturdían, hasta le tapaban el resonar del cuero. Mendoza cerró los ojos mientras alzaba la palma de la mano hacia atrás para darle más duro a las tumbadoras. Se le cruzaba por la mente la gente que no se debe conocer, estaban ahí, acechaban otra vez. Y los dedos explotaban rojos, una de las uñas se veía morada pero no le importaba más que sus recuerdos, se entretuvo en la primera fila, había alta cantidad de chicas para todos, piola.
            Y el dedo gordo de la mano derecha comenzó a sangrar y pensó en la gente con la que no se debía juntar. Gente mala, y la calle para un chico es así, poxi, faso, tinto y paco, ¡pero qué gente de mierda!
            Y el tema terminó. Era el último. Vení Guillermo, no te vayas le dijo el flaco de pelo negro por la cintura, bien lacio. Pero Mendoza ya había tirado la tumbadora un metro de donde estaba parado. Fue a la sala que oficiaba de camerino, con la mano que le sangraba agarró el bongó, y salió del baile para perderse en el monte.
            Ya me compraré los timbales, ¡Tito Puente carajo! Y rió despacio y sintió cosquillas en la mano que se había vendado con su camisa blanca, estas camisas nunca le duraban. Y tocó despacio durante horas hasta el amanecer, con las yemas de los dedos buscando que las vibraciones pasasen a la tierra y de la quebrada norteña al llano de Buenos Aires para atraer las preguntas extraviadas de aquel grabador idílico llamado Natalia.

                                                                                                          Agustín Teglia




El no lugar


         No se duerme durante la noche. “En la calle” no se duerme durante la noche. Pero Guillermo aún no lo sabe. La patada en la cabeza lo despierta, la sombra oscura le pega con bronca, con odio acumulado de víctima y victimario  y le exige dos metros cuadrados de un espacio mugriento que se ganó en la miserable búsqueda de un lugar en el universo profundo y escondido de los “sin techo” y que Guillermo usurpa asustado.        Ese sitio no le está reservado. Anónimo y sucio,  envuelto en una frazada que pocas horas antes le había dado una asistente social, Guillermo engaña al invierno. Se había refugiado en el hueco que se formaba en la entrada de un supermercado.
            Nuevo aún en la orfandad de la calle, Guillermo, se cubre la cabeza con las manos, pero otra patada en el estómago lo empuja sobre la vereda mojada. Leyes que aún desconoce. Recoge sus pocas pertenencias y se va, resignado e indefenso pero con la ira de la impotencia. ¿Habrá una oportunidad de venganza? La frazada cuelga sobre sus hombros y la noche es más oscura en el deambular. Retumban los pasos por ese paisaje del no lugar, siempre en la búsqueda del espacio que lo contenga.
            Hay un lugar misterioso y único, y le llega desde lejos los ruidos de una bailanta. Y entonces se pierde en un ensueño de timbales que resuenan junto al dolor que le produce la herida en el ojo. El repiqueteo es alegre y  aparece el eco de una cumbia, “cumbia santafecina”, reconoce, acordes de guitarra, bajo y timbales. “Prefiero la cumbia santafecina a la norteña” decía Guillermo. Y el recuerdo de un ayer con música e ilusiones:
            “Che pibe querés tocar los timbales” le preguntó hace años el jujeño, Guillermo lo estuvo mirando toda la tarde con admiración y generoso el jujeño ofreció su instrumento y su saber. Aprendió rápido y con entusiasmo, se descubrió en el retumbar de los acordes y el sonido. Las manos ya no se detienen, se mueven rápidas al compás del ritmo cumbiero. De ahí los ensayos, las giras, los recitales, las mujeres y la cocaína. En el escenario están el canto y las coreografías. Hay un paraíso y un infierno y Guillermo se pierde en la nebulosa de un plato de polvo blanco. “La merca de Salta es mejor, es más pura, aquí sólo hay porquería”  y aprende a diferenciar, y a elegir.
            De la música a la calle, un camino que se bifurcó como una maldición. Y la calle era eso, las patadas, el frío, la soledad. Pero también fue lo otro para Guillermo, el rescate, una mano que lo atrapa y lo elige entre tantas sombras que recorren la ciudad.
“Si vuelvo a la calle, tengo que tener una faca, ya no me aguanto más las patadas en la cabeza, así que es eso: la calle, los puntazos y la cárcel o esto, salvarme, quedarme aquí, en el instituto. Por eso no me apuro. Me dijo la sicóloga que vaya despacio, que no me apure, que me quede en el hogar, recuperándome, pero allá, en el barrio, está mi casa y tengo “un lugar”: una pieza y mis cosas, me falta una cama para poder quedarme en mi casa.”  Dice Guillermo y agrega: “porque ahora sí me voy a dedicar a la familia”  porque después de ocho años de marginación y dolor vuelve a encontrar su identidad  “a sentirme persona” reconocerá. ¿Que era entonces, Guillermo, un indigente, un chico asustado, una sombra, un delincuente, una víctima, un asesino? ¿Era nadie?
            “¿Querés tocar? La misma pregunta del ayer pero ahora la dicen otros, estos, los que rescatan, y le alcanzan otra vez la magia del timbal,  y vuelven las manos a sentir el murmullo de las notas , y ahí está la cumbia, y la mística del ídolo muerto, ese que no se salvó, ese que anduvo un camino paralelo, junto a Guillermo, pero ya no está y las lágrimas surgen dolorosas: “ese soy yo, yo también soy un mártir sacrificado ante un dios oscuro, el de la soledad y el desamor”. Habrá otro momento para Guillermo,  ya contenido por la amistad. Se escucha la timbaleta, y renace el ritmo en la ilusión: mi familia, mi casa, mi madre: “mamá dejame tocar, aguantate el ruido, mamá, que me estoy recuperando, que quiero volver, mamá… a mi casa, y tener mi lugar”. Y el eco de la cumbia que se recrea milagrosa en las manos del timbalero.

                                                           Estela Varela


El corazón del percusionista


Apuró el vaso de whisky. Esto es un desastre, pensó. Botellas de cervezas tiradas, ropa de mujer desparramada en el piso, pedazo de pizza pegada a la pared y, lo que más le molestó, el bongó caído en el suelo. Se levantó algo mareado. La suela se pegaba al piso pegajoso. Apoyó el vaso arriba de un mazo de cartas. La mesa rebalsaba de papeles.
Trató de repasar lo vivido la noche anterior. ¿Cómo volvió al departamento? Venían imágenes borrosas. Un tumulto, gente peleando. ¿Me caí?, se preguntó mientras tanteaba la cara. Tocó la inflamación del pómulo ¿Me pegaron? Levantó el bongó y lo colocó en el estante. Buscó un trapo y un lustra mueble. Roseó el bongo y con el trapo comenzó a darle brillo. Una mujer desnuda dormía en el sillón. Rascó la barba nueva, naciente. Que gran show, quiso convencerse. No recordaba. Luces azules y rojas giraban como platos voladores. La ovación del público volvía distorsionada, como si estuviesen sumergidos debajo de agua. ¿Cómo le habría salido el pasaje de “No me arrepiento de este amor” que siempre le traía problemas? Comenzó a dar golpecitos en el mueble. Un golpe y otro. Derecha e izquierda. Movía los hombros y acompañaba con la cabeza. Taca taca teque. La mujer se dio la vuelta hacia el otro costado. Él siguió tocando despreocupado. Podía estar roto, quebrado, borracho pero el ritmo venía de otro lado. Decía que de los latidos del corazón. Seguí al corazón, recomendaba, que te marca el ritmo. Sístole y diástole. Golpeá con la derecha y golpeá con la izquierda.
Caminó al cuarto de Martita, su hija. El pegote en la suelas rechinaban los pasos. Abrió la puerta. Estaba acostada, los ositos a un costado. El tucán tuqui por encima de ella. ¿Habría dormido? Recordó haberla echado cuando quiso cumbianchar adelante de todos, imitaba a las bailarinas de los programas de bailanta.
 Mi hija no es una puta. Retumbaba en su cabeza. Al juzgar por la ronquera lo había gritado al resto también. Andá dormir, había dicho. Es mi hija y yo sé lo que hago, justificó. Se paró frente a ella y la tapó. Acomodó los peluches y salió.
La mujer del sofá respiraba fuerte y, de tanto en tanto, temblequeaba su cabeza. La recordó, la cara muy cerca bailando lentos en el cuarto. También dándole nalgadas con ritmo de chacarera. Bostezó hondo.
Miró la repisa en donde estaba el bongó. Se tambaleó hacia los costados. Fue a la mesa. Sirvió otro vaso de wiski. El último, después se iría a dormir. Que gira, que noche, suspiró orgulloso. Tomó un trago y miró la ventana. Llegaban los primeros rayos del sol.
Volvió a mirar el bongó. Dejó el vaso en un cenicero repleto. Fue y lo tomó entre sus brazos. Luego lo puso entre las piernas. Un golpecito suave y otro. Tocó yo no soy dios de Leo Mattioli. Yo no soy nadie para condenarte, yo no soy Dios
nuestros hijos nunca van a enterarse de tu error
, canturreaba sin dejar de tocar.
Martita abrió la puerta, y lo quedó mirando. La espalda de Mendoza se contorsionaba. Taca taca teque. Martita acompañaba el ritmo con el pie derecho y con los pulgares golpeaba los muslos. Mendoza dejó de tocar, sintió la presencia y dio la vuelta. Martita siguió ahora más fuerte. Taca taca teque. Mendoza hizo una reverencia con la cabeza. Martita se la devolvió. 
  Mendoza agarró el bongó, caminó sintiendo otra vez el pegote en el piso y se lo entregó a ella que lo puso entre las piernas (igual que él). Se miraron y empezó. Taca taca teque. La mujer se levantó, acomodó el pelo y el corpiño. Miró la escena.
−Hola… uy me quedé dormida. Me arregló un poco y me voy −Mendoza no le prestó atención,  sólo miraba fijo a Martita y acompañaba con la cabeza. La mujer se fue al baño, encendió la luz y cerró la puerta.
    Mendoza buscó otro bongó que guardaba en el armario. Tocaron y tocaron. Taca taca teque. Siguieron aún cuando salió la mujer, los saludó, dio un beso en la cabeza a Martita y otro, entre la mejilla y la boca, a Mendoza. Lo más importante fue que no perdieron el ritmo.

                                                                                      Martín Teglia


Programa 3: entrevista a Guillermo Mendoza (audio completo)

Fragmento:





                              Audio completo









Decirlo es traicionarlo


                              “La mejor manera de destruir la salud pública es hacerla funcionar mal”
                          (dijo un flaco en la guardia del Hospital Borda)

            ¿Hay que asistir a las personas que lo necesitan? Sí. ¿Por qué?. ¡Porque sí!. Bueno tranquilo, está bien te explico: ni el más malo de los liberales del siglo XIX defendería la tesis de que no hay que ayudar en absoluto a las personas. Si bien recomendaría, en primer lugar, defender la libertad del individuo. Podemos sospechar que los hombres de carne y hueso les despertarían otros sentimientos, porque todos ya sabemos que el individuo es una cosa abstracta inventada en algún escritorio creativo construido con madera africana. Individuo-persona. Persona-individuo. Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa, dijo el filósofo Panigazzi. Un liberal diría que cada individuo es libre de buscar su destino, pero para empezar por algún lado, la persona tiene un cuerpo que siente, que toca, que olfatea, que ve y por sobre todo que mira. Y si no es posible experimentar la vivencia del otro, es posible generar una empatía a través de la mirada, esos ojos que ejercen dolor, la oscuridad de la miseria, la tortura del estar conviviendo con la injusticia de encontrarse en situación de calle. Y si para un intelectual liberal decimonónico la justicia era defender al individuo libre frente al estado absolutista, para un tardío peronista y sudaca del tercer milenio, justicia es generar condiciones dignas para la mayoría. Y la libertad liberal: libertad para morirse de hambre.
            Pero ¿qué tiene que ver todo esto conmigo?, ¡Esperá! Hablemos de Justicia Social. Y otra vez con las abstracciones, qué me parió. Y entre la fe cristiana, que también pide igualdad y las reacciones de ese egoísmo liberal, nace una nueva y alocada fe como tercera posición para resolver la eterna dicotomía filosófica entre igualdad y libertad. Los franceses no pudieron ni pensarla porque luego de que invadieron el mundo, desde sus colonias se llenó la metrópolis de muchos árabes, latinos y negros. Macri tampoco puede porque la Paris sudamericana esta invadida, asediada por extraterrestres del conurbano e usurpadores del interior y de países limítrofes que no saben cuál es la capital del Reino Unido ¡Qué barbaridad! Escuche decirle a una viejita litarizada, estirada al mejor estilo Mirtha Legrand de Tinayre. Pero hay que decirlo, es este espíritu neoliberal el que aprendió muchísimo del populismo y que ya no es tan ingenuo como el de Stuart Mill y su pandilla y todos aquellos, que aunque sea creían en algo más que en la codicia y la ambición del cargo administrativo, ya ni digo poder porque en definitiva hablamos de poca cosa, resumiendo “no gastés pólvora en chimango”, me decía mi abuela mientras apagaba el televisor donde el noticiero sentenciaba que con los miliares estábamos mejor. Sí, hablamos de nuestra peor democracia, aquel error de la estadística, había dicho el ciego. Pero no se alarmen, es que inventaba porque no podía ver nada. Peor, veía todo grises, él mismo lo había confesado. Pero volvamos a nuestro populacho, a nuestro queridísimo medio pelo golpista que hoy defiende que un silbato suene en una plaza a las ocho de la noche para que los rebaños de ovejitas (que somos) nos auto-arreemos hacia la salida, ¡¡¡pero qué pelotudos!!! Dignidad y cordura. Gente que le gusta vivir como gentuza. Dignidad es la que falta, pero esa es otra historia que les voy a contar cuando les explique como el puto Gobierno de la Ciudad lucra y se beneficia con la libertad de los que siempre pierden, esos que los antiguos liberales añoraban brindándosela a los burgueses, pero que cuando salieron de sus mesas, adornadas con el oro Inca, vieron que la libertad no es mejor administrarla entre todos, se volvieron liberales-conservadores (¡qué gran invento argentino!, liberal-conservador, como la birome y el colectivo ¿qué felicidad que los argentinos inventamos la picana!) olvidaron rápidamente y ni que hablar de estos neo-liberales, que leyeron a Maquiavelo y aprendieron los mejores yeites de nuestro peor peronismo: el que firmaba el remito de la entrega de alpargatas con el sello de las tres A.
Resumen: el liberal aprendió del populismo, y mientras se vende humo con una pantalla asistencialista destruye subejecutando el presupuesto de servicios públicos, los logros sociales consistentes que se ganó a través de la lucha peronista de años. Mal funcionamiento y se cierran los servicios justamente porque no funcionan, alimentan el círculo vicioso, y luego el estallido de la protesta social, por último nada mejor que contener con palos y alimentar el negocio de la seguridad.

                                                                        El Rufián de Pompeya


Manifiesto Nómades


Contra la indiferencia del medio pelo que se consume inseguridad y el aristócrata vulgar que teme cuando un niño pide una moneda
Contra la negligencia disciplinar que objetiviza al que piensa distinto
Contra las momias académicas que al no poder salir del enciclopedismo llenan sus cajones de ensayos
Contra el asistencialismo del Estado
Contra la soberbia del profesional de la salud que juguetea experimentando con drogas en personas por situación vulnerables
Contra la verdad de la Ciencia
Contra el monopolio comunicacional
Somos actores de este Gran Circo Criollo y tenemos algo para decir enfrentando a las pantallas encandilantes que se mueven hacia el centro aprisionándonos sin siquiera permitirnos visualizar la imagen.

Nómades siente la necesidad de abrir el juego y crear un grupo experimental. Buscar una nueva óptica de sentimiento, direccionada con intención pero sin uniforme, estéticamente incorrecta y que apela a la voluntad de participar, por esto y mientras este proyecto se vivencie, estamos a favor:

del diálogo devenido en debate
de la horizontalidad en el cara a cara
de la reflexión en la acción
de denunciar en el hacer y hacer para cambiar
de la destrucción de los prejuicios
de la revalorización del ser humano… demasiado humano.

Este manifiesto nació para existir mientras se vivencie la experiencia Nómades, pasado este lapso, la proclama perecerá como todos los manifiestos anteriores, con la diferencia que el de las vanguardias artísticas habían sido concebidos para su eternidad.

¿Simpatizás con Nómades?
¡Colabore usted con Nómades!
¡Escúchenos, léanos y escríbanos!

                                                                                  Grupo Nómades

Durmiendo con el enemigo


La mentira del Operativo Frío: La reproducción del negocio de la pobreza y la justificación perfecta para desplegar políticas públicas represivas.

            Para dormir en la calle siempre una buena frazada pero para descansar mucho mejor una buena púa. Mientras que el Gobierno de la Ciudad gasta millones para asistir a la necesidad de los pobres, los marginados, los linyeras, los desposeídos se multiplican, ¿por qué? ¿Una manera absurda de palear la pobreza?
            Cuando las personas ingresan al dispositivo se crean locos, vagos, se los denomina y otorga una etiqueta. Nada de ingenuidades, hay intención de controlar. Una forma maquiavélica de borrar con el codo lo que se escribe con la mano.
          Pequeños negocios para el elenco estable municipal, los mismos burócratas de siempre: subsidios para hogares que negocian sus camas, robo descarado del gasoil de las camionetas que llevan a la gente a los paradores, refacturación de elementos dispuestos para la asistencia, sueldos de burócratas disfrazados de profesionales, ploteo de camionetas a sobre precio para que parezcan nuevas, etc. en fin: pequeños chanchullos, chiquitaje que mantiene la insignificante ambición de los municipales. Los grandes negocios para el siguiente artículo, en este solo un reflejo de aquellos.
        Dispositivos (paradores, comedores, hogares, etc.) concebidos por una legislación reproductiva del orden político-económico, dispuestos para mantener el negocio de la pobreza y alimentar la necesidad del plan maquiavélico: desgastar para destruir, y se estimulan los efectos colaterales para seguir alimentando el negocio: noticieros que venden inseguridad, rejas, cámaras, Policía Metropolitana, cárceles, paradores, operativo frío…
¡Pulverizar para aspirar! Dibujan el círculo… vicioso.


                                                             El Rufián de Pompeya






Programa 2: Daniel Mansilla (audio completo)

Fragmento:





Audio completo:










Un fantasma recorre Europa y unos ángeles América Latina


En el trabajo “Marginalidad y exclusión social”, José Num se ocupó de rastrear la introducción del término “exclusión social” en el campo de las ciencias sociales y lo encontró en un libro del autor Pierre Massé en Francia (1965). Eran años, aquellos, en los que por ese lado del mundo se gozaba de cierta prosperidad de posguerra, bonanzas del estado de bienestar, economía en expansión, amplia e inclusiva de las capas mayoritarias.
Era el mismo estado francés en que apenas unos años atrás debía retirarse de Argelia, en donde sus oficiales protagonizaron lo que, con posterioridad, se denominaría guerra sucia, que incluía torturas, secuestros y desapariciones forzadas de personas. Época de gran acumulación del conocimiento represivo que después “capacitaría” a oficiales que comandaron las políticas represivas por estas latitudes.  
Un año después de la publicación del libro de Masse, Daniel Mansilla comenzaba a dar sus primeros pasos en política, participando como militante rosarino dentro del movimiento nacional peronista. Eligió ese camino por decisión voluntaria y consciente, siempre que fuere posible tal tipo de abstracción y, en las tomas de decisiones, pudiésemos despojarnos de las herencias familiares, que irá largando a medida que transcurre la entrevista. Contará cuándo su madre lo dejó, siendo un bebé, con su abuela para ir a enfrentar a francotiradores de Aramburu o cuando él mismo, de chico, y su madre corrieron para resguardarse de los tanques de Onganía.
Todos acontecimientos y hechos que pasaron acá nomás, en estas tierras a poco más de 300 kilómetros del Centro de Integración Monteagudo y no hace tanto.
Con claridad, Daniel, individualizará a los actores sociales que participaron en las distintas etapas de nuestra historia. Reflexionará acerca de la puja de los distintos sectores para imponer su visión de mundo. Hará una fuerte crítica al tercer gobierno peronista. Fracaso. La triple A como antecedente inmediato al golpe del 76. Nuevo fracaso. La pérdida de compañeros. El gobierno Menemista. Otro fracaso más y van. Eclosión del sistema neoliberal, que dio como resultado incontables personas arrojadas como desechos afuera del sistema. Más reciente fracaso.   
 Los desparecidos sobrevolaran a lo largo de toda la charla, no como fantasmas sería preferible decir cómo ángeles. Hubiese querido estar en el lugar de ellos, confesará Daniel, la voz se quebrará y apenas se hará audible. Por suerte para nosotros que no estuvo en esa lista nefasta y hoy es parte viva de una historia, la nuestra, que sigue dando vueltas y más vueltas.
En aquel trabajo, José Num dirá que la exclusión social abarca aquella porción de la población que no resulta aprovechable para el sistema económico de producción imperante, y acarrea efectos disolutorios que atentan contra la cohesión social de una sociedad determinada. Daniel completará la idea, hay que profundizar el proyecto Kirchnerista para que los beneficios lleguen a los que nunca llegó.

                                                                                     Martín Teglia

Daniel, el periodista-militante del villazo


Daniel anotó: “Ranura Carnero”, “Carrera traidor burócrata”. Sabía que no debía hacer ruido. Con cuidado guardó la agenda en el bolsillo y comenzó a caminar cuando escuchó pasos detrás de la puerta. Sigiloso bajó las escaleras y trotó por el pasillo hasta la salida. Antes de perderse por la vereda volteó la vista y vio como asomaban dos personas que venían desde el final del palier del edificio del cual escapaba. No llegó a verles los rostros porque el temblor en los ojos hizo que se le nublara la vista. Se refregó los ojos y  corrió por la vereda esquivando gente. Dobló la esquina. Luego caminó lento buscando regular la respiración. La calle estaba tumultosa. Por ningún motivo miraría atrás. Gente caminando en ambas direcciones, algunos inmóviles cortando la calle. Gritaban coléricos, otros simplemente miraban hacia el horizonte. Sentía el aliento en la nuca. Se detuvo detrás de un árbol. Miró sobre sus pasos. Entre el gentío sobresalían dos. Eran más corpulentos que el resto de los manifestantes. “Se va a acabar, se va a acabar, la burocracia sindical”. Agachado sentía como temblaba la tierra. Cruzó la calle y fue contramano. ¿Dónde estaba Osvaldo? Debía de estar ahí. Siguió varias cuadras hasta la casa del compañero Carlos. Sacó la agenda de su bolsillo y arrancó la hoja y la tiró por debajo de su puerta, eso se tenía que saber sin que se entere la comisión directiva, eso y mucho más. Y por el megáfono se escuchaba: “¡No aflojemos! ¡Viva la clase obrera!”. Luego estruendos en el cielo. Corrió sin sentir las piernas. Trastabilló y cayó al suelo mientras la multitud tropezaba con su cuerpo hecho una bola en el asfalto. Olor a cubierta quemada. Pensó que nunca se iría de allí. Luego, lo tomaron de los hombros y de un sacudón arriba. Corrió eléctrico en dirección contraria a la multitud, de frente la montada que se acercaba con paso militar.

                                                                                                          Agustín Teglia

Daniel Mansilla


Rosarino, periodista y peronista: "periodista de barricada y genéticamente peronista", se definirá.
            Rosariazo: fue el grito de los anónimos postergados. Los invisibilizados que se juntaron tras una barricada. Ocultos de una sociedad que el 16 de septiembre  de 1969 salieron a defender y a reclamar las oportunidades que Perón ya les había otorgado y que eran cercenadas por una dictadura que explotaba al trabajador y le  quitaba los derechos. Entonces, un pueblo entero, obreros, estudiantes, amas de casa y niños marcharon por las calles de Rosario reclamando justicia.  Mansilla estaba ahí, con  dieciséis años. Tenía memoria de la usurpación del poder: en 1955 fue testigo  de los tanques que por el Bulevar Oroño avanzaban amenazantes hacia el parque independencia. Una imagen que quedó prendida en la retina y será disparador de otras luchas.
            Daniel Mansilla nos da testimonio de como se forma un peronista: desde la cuna, en sus genes está la doctrina, porque crece desde el pié, padre obrero y madre campesina, desposeídos de todo y que, milagrosamente, una vez son reconocidos. Su madre vio llegar un tren, cargado de regalos: zapatillas y guardapolvos, elementos inalcanzables para la multitud de seres olvidados de la Argentina y que el peronismo rescató del olvido.
            Entonces los derechos de los trabajadores será el estandarte de los peronistas. Perón, Evita, el Che, ideología que se construye auténticamente, aprendiendo que  las oportunidades son el derecho de  una sociedad para crecer y mejorar.
Militó, entonces, Daniel,  en el partido justicialista. Una militancia que se  forjó en el hogar,  en la búsqueda de  principios solidarios, por eso ahora dice “Nací con el peronismo”. Allí lo encuentra  la dictadura militar de 1976,  y transita caminos amargos donde los amigos son encarcelados y desaparecidos: “yo tendría que ser uno de ellos” dice y entonces con el dolor de la pérdida y como un mandato, también él desaparecerá durante años, se pierde en calles atormentadas con silencios e indiferencia. Un muerto en vida, que busca reparar, redimirse de estar vivo ante tantas ausencias.
            Pero también hay otro relato y así como hay una Argentina diferente, oculta, también Mansilla querrá contar su historia. Porque hay otra historia, y el protagonista está vivo y quiere narrarla.  Por eso este “periodista de barricada” como se define a sí mismo, regresa lúcido y cálido, y más sabio a resignificar la vida.

                                                                                                    Estela Varela



Programa 1: entrevita al Manu